sábado, 6 de octubre de 2012

Menéndez Pelayo y los estudios de tradición clásica en España

Con motivo del centenario de la muerte de Menéndez Pelayo, el profesor Joaquín Álvarez Barrientos ha coordinado un monográfico sobre el polígrafo santanderino que acaba de publicarse en la prestigiosa revista Ínsula de este mes de octubre. Para la elaboración de este número tuvo a bien invitarme a colaborar con un trabajo dedicado a los comienzos de la tradición clásica en España que, por circunstancias de la vida, terminé de pulir en la preciosa ciudad de Edimburgo. Por ello, ahora, cuando pienso en este trabajo, no puedo dejar de pensar en la New Town de la ciudad escocesa (en la fotografía), y en el frío feliz que sentí en ella. Estas asociaciones imprevistas entre autores y ciudades dan color a la vida. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
Voy a reproducir en este blog el primer párrafo de mi contribución al número 790 (octubre de 2012) de la revista Ínsula: "La Tradición clásica constituye hoy día una de las disciplinas que goza de mayor auge en el campo de los Estudios clásicos. No obstante, su éxito a menudo conlleva cierta laxitud a la hora de definir tanto sus objetivos como sus límites epistemológicos. Parece, al igual que ocurre con otras disciplinas, como la Historia de la literatura latina o la española, que siempre ha estado ahí presente, cuando en realidad su formulación obedece a razones modernas. De hecho, puede parecer, cuando menos, curioso, que nadie haya utilizado la etiqueta “Tradición clásica” hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX. Esto no quiere decir que la Tradición clásica no haya existido antes, pero no ha ocurrido lo mismo con su formalización como estudio académico e incluso su conceptualización frente a otras formas de tradición alternativas a la herencia del mundo grecolatino. Si su formulación como concepto es moderna, no menos modernos son los métodos de su estudio, en particular el positivismo y el historicismo. Éstos se basan, sobre todo, en la ponderación preferente de los datos como tales, por delante, por ejemplo, de las relaciones que esos datos pudieran guardar entre sí. Este método, en el caso del estudio literario, se conoce como “A en B”, que en términos concretos responde a una de las obras que en España inauguraron los propios estudios de Tradición clásica: Horacio en España, de Marcelino Menéndez Pelayo (Ruiz Casanova, 2007). De esta forma, el autor antiguo, en este caso el poeta Horacio, se estudia dentro de una nueva realidad histórica, España y su literatura, estableciendo una relación de único sentido entre el punto de partida y el de llegada, de acuerdo con el estudio de las fuentes. El tiempo fue dando lugar a nuevos métodos e incluso a expresiones alternativas para hablar acerca de la tradición, como “recepción”, que hacen más hincapié en quien lee la obra que en quien la escribe." FRANCISCO GARCÍA JURADO

jueves, 4 de octubre de 2012

Júpiter y Ganímedes: la falsa “Antichità”, según Mengs


Roma sigue estando poblada hoy día por muchas tiendas que llevan el rótulo “Antichità”. Tales lugares están repletos de obras de arte más o menos antiguas, más o menos clásicas y más o menos bellas. En todo caso, el denominador común de todas ellas es el precio escandaloso y desmedido. Hoy día, las antigüedades abarcan más cosas que en el siglo XVIII, y es así como algunas falsas obras antiguas han terminado convirtiéndose en verdaderas. Estas reflexiones nos las sugiere la pintura “Júpiter besa a Ganímedes”, de Antonio Rafael Mengs. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO Recordando sus días felices en Roma, Goethe nos cuenta en su Viaje a Italia cómo el pintor Antonio Rafael Mengs quiso hacer pasar una creación suya como pintura antigua. Si algún viajero actual se hace acompañar de los textos de Goethe durante sus paseos por Roma, quedará sorprendido al encontrar esta pintura en la Colección Barberini. Naturalmente, tienen que darse dos condiciones harto improbables, como leer a Goethe y visitar museos de arte. Mengs quiso pintar una “antichità”, género deseado por los turistas que por aquel entonces ya se dejaban engañar bajo el bello sol italiano. De hecho, el historiador del arte por antonomasia, aquel que hizo de Italia y su arte un codiciado sueño, Winckelmann, declaró la pintura creada por Mengs en 1760 como la más bella que jamás se había encontrado procedente de la Antigüedad. Sin embargo, Mengs no fue capaz, no sabemos si por remordimiento o vanidad, de llevarse su secreto a la tumba. Quedó así desvelada, “motu proprio”, una de las falsificaciones más sonadas y bellas que conocemos. Lo más curioso es que la Historia de arte, disciplina creada precisamente para poner orden en el caos de las cosas y del tiempo, sirviera precisamente para legitimar una obra como antigua y convertirla nada menos que en uno de los hitos del arte clásico. Hoy la obra, finalmente, ya puede ser considerada como “antigüedad” y su falsedad ha creado una historia absolutamente verdadera. FRANCISCO GARCÍA JURADO

domingo, 30 de septiembre de 2012

Un momento memorable en Salamanca

Cuando escribo estas líneas estoy recordando, más bien evocando, un texto previo, “Un cocido memorable”, del escritor Joan Perucho. Siempre me atrae la atmósfera de la nostalgia, o de esa lucha desigual que mantiene la emotiva memoria contra el ciego e implacable tiempo. Por ello, he querido hoy rememorar una amena comida que transcurrió el 21 de septiembre de 2012 en Salamanca con muy agradable compañía (de derecha a izquierda): Mireya Fernández Merino, Luisa Shu-Ying Chang, Carlos García Gual, yo mismo y Ana González-Rivas Fernández. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE

Iba dando sus últimas bocanadas el XIX Congreso de Literatura Comparada de Salamanca, y teníamos prevista una suerte de comida oficial, de despedida, con la Junta directiva de la propia sociedad (Carlos es presidente de honor, quien esto escribe dejaba de ser vocal ese mismo día, y Ana ingresaba como flamante vocal de jóvenes investigadores). Sin embargo, un hecho casi extraordinario nos arrojó, un tanto como improvisados náufragos, a esta pequeña mesa redonda. Resulta que la mesa presidencial fue llenándose de japoneses, recién llegados al congreso para celebrar por la tarde una ceremonia del te que pondría cierto broche exótico a las actividades académicas, en particular a la sección del congreso dedicada a la literatura japonesa. A Carlos, a Luisa (catedrática llegada desde Taiwán, y, entre otras muchísmas cosas, traductora de Camilo José Cela al chino), a Mireya (experta en literatura caribeña) y a Ana (que tiende puentes insospechados entre la literatura gótica inglesa y la grecolatina) les pareció una idea magnífica crear este grupo del que tuve la inmensa suerte de formar parte. En el menú de la comida había una suerte de ensalada griega provista de salmón y carente de pepino y pimiento, algo que suscitó asombro y hasta pasmo. Sin embargo, esta ensalada era algo típico de los imaginarios que estudiamos en la literatura comparada, donde la recreación del otro a menudo tiene poco que ver con su realidad. Carlos nos estuvo relatando preciosas anécdotas, por ejemplo, sobre el encuentro que en torno a la literatura fantástica se celebró en Sevilla en 1983. Jacobo, el conde de Siruela, fue el organizador. A este encuentro concurrieron personas como Italo Calvino y Borges, a la vez que otros españoles, como Luis Alberto de Cuenca y el mismo Carlos, y a mí me vino a la memoria el precioso ejemplar editado por Siruela que recuerda este encuentro (lo adquirí de oferta un día muy feliz de mi vida, cómo iba a olvidarlo). Luisa nos habló sobre sus traducciones al chino de literatura española, y tuvimos la oportunidad de comprobar la diferencia esencial que hay entre ser “hispana” y ser “hispanista”, pues la primera es una condición defectiva, mientras que la segunda es puro fruto de la voluntad de ser. Luisa citó en cierto momento el microrrelato de Monterroso “Cuando despertó, el dinosaurio todavía esta allí” y yo le comenté la inspiración que el autor había recibido de un concepto propio de la literatura latina clásica, la “brevitas”, que define perfectamente la obra del fabulista Fedro. Pensé en lo lejos que quedaba, al menos conceptualmente, Fedro de Taiwan, pero recordé en silencio, para mí solamente, el encuentro imaginario que yo mismo tuve con el erudito Aulo Gelio cerca de Shanghai, hace ya unos años. Fue cuando en una inmensa librería encontré la palabra “Classics”, que Gelio utiliza por primera vez para hablar acerca de los mejores autores. En fin, aquella comida transcurrió alegremente, con la tranquilidad que sólo ciertas afinidades confieren a las personas. Después tuvimos que partir, la mayor parte a Madrid (sólo se quedaba Mireya, pues debía intervenir por la tarde). Luisa marchaba también para adquirir libros y seguir con su intenso periplo español. Nos despedimos ya fuera del restaurante, en el precioso patio renacentista que Gil de Siloé diseñó para el Colegio Fonseca, y como apenas puedo vivir sin literatura, me fui de aquel lugar deseando relatar ese momento y recordando el admirable y melancólico texto que Joan Perucho dedicó a un cocido memorable en el madrileño Lhardy. Francisco García Jurado