sábado, 21 de abril de 2012

Algunas reflexiones sobre la universidad y los recortes

Los alumnos nos recuerdan, y a menudo recurren a nosotros, regresan de nuestro pasado para hacerse de nuevo reales. Este es el caso de Carlos, ahora estudiante de periodismo, que hace dos días me escribió para pedirme mi opinión sobre lo que el gobierno pretende hacer con ciertos recortes de la universidad. Esta es mi respuesta. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
Querido amigo Carlos: Me alegra saber de ti, y mucho. A menudo pierdo la pista de mis alumnos, y es siempre muy gratificante saber de ellos, de sus éxitos en la vida. Ya me contarás en qué universidad estudias y qué tal te va, pues me interesa. Por lo demás, te paso a contestar a lo que me preguntas para tu trabajo. Evidentemente, y puesto que me conoces, no te voy a contestar banalidades tales como que estoy o no estoy de acuerdo con los recortes y las medidas adoptadas por el gobierno. Te voy a contestar a partir de tres argumentos:

a) cuál es el espíritu de la medida que se pretende adoptar
b) cuál puede ser la diferencia entre su propósito y lo que pueda conseguir
c) qué consecuencias mediatas puede tener

Con respeto al espíritu de la medida a), debo recordar que se trata de una medida de ahorro y no de incentivo ni a la universidad ni a la investigación. Hay cosas concretas que pueden ser positivas, como que los archirrepetidores no reciban el mismo trato que las personas que se esfuerzan por estudiar, pero más allá de esta idea, la casuística después puede ser tan diversa como, en la práctica, injusta. Con respecto a los profesores, la medida no pretende PREMIAR a los que tienen sexenios, sino CASTIGAR a los que no los tienen. En el fondo, hay un triste poso de desconfianza por parte del gobierno en su profesorado universitario público (y no olvidemos que muchos de ellos se han formado precisamente en la universidad pública). No se cansan de repetir lo del ranking de las mejores 150 universidades del mundo sin detenerse a explicar cómo se hace ese tipo de listas, en particular los criterios que deben reunir las supuestas mejores universidades. En todo caso, y aceptando que ninguna universidad española (imagino que ni pública ni privada) se encuentre en esa lista de insituciones privilegiadas, no hay que olvidar las áreas científicas y los grupos de investigación españoles que tienen una indiscutible reputación internacional. Por no ir lejos de mi circunstancia, sólo te recuerdo que los clasicistas de la complutense tenemos por costumbre pasar temporadas en el Real Colegio Complutense, adscrito a la Universidad de Harvard, y que en 2009 varios de ellos constituimos un grupo avanzado de investigación que colaboró con profesores norteamericanos del más alto nivel. En fin, que los políticos necesitan hacer tabla rasa, pero que esto no deja de estar reñido con la realidad. De esta forma, el espíritu de la medida es ahorrar dinero de lugares donde no debería ahorrarse, ya que ningún gobierno se atreve a tocar lo que nos sale más caro, que son las instituciones de gobierno a todos los niveles (gobierno central, gobiernos autonómicos, diputaciones, ayuntamientos...).
Con respecto a b), a saber, cuál puede ser la diferencia entre su propósito y lo que pueda conseguir, es probable, conociendo como conozco al mundo académico, que se genere un ambiente aún más enrarecido donde la gente que investiga sea vista incluso con más recelo por parte de la gente que no investiga (la diferencia burocrática viene marcada entre la gente que no tiene sexenios de investigación y las que sí los tiene). Los sexenios de investigación consisten en evaluaciones donde hay que elegir cinco de nuestras publicaciones dentro de un período de seis años, publicaciones que deben reunir unas condiciones de calidad, tales como estar en revista indexadas o ser publicaciones de reconocido prestigio. Pero esta situación no es igual en todas la áreas científicas ni tampoco podemos decir que quien tiene sexenios es necesariamente un gran investigador mientras que quien no los tiene no lo es. En algunas ingenierías es dificilísimo ganar un sexenio, dado que las revistas donde se puede publicar constituyen un reducto muy cerrado y esto, al mismo tiempo, cierra el acceso a cátedras a profesores valiosos. La burocracia científica intenta poner orden estableciendo esta diferencia entre los que tienen sexenios y los que no, pero luego la realidad viene a ser más compleja. En todo caso, la actividad de investigar, de dirigir grupos de trabajo o, simplemente, de pasar horas en un laboratorio o en una bibllioteca no viene sólo motivada por la necesidad de tener un sexenio. Si al final reducimos a eso la motivación (para muchos, investigar forma parte de nuestra propia razón de vivir), acabaremos teniendo una investigación poco generosa, y te aseguro que la generosidad es uno de los componentes sustanciales de la investigación.
Finalmente, en cuando a c), qué consecuencias mediatas puede tener, esta medida, creo que si el gobierno cree firmemente que los que no tienen sexenios deben dar más clase y lo que lo tenemos debemos continuar dando las horas que damos, los alumnos recibirán clases mayoritarias de profesores que no investigan. Esto asienta un principio peligrosísimo, una FRONTERA ACASO INSALVABLE ENTRE INVESTIGACIÓN Y DOCENCIA, y te aseguro que en la universidad ambos aspectos deben estar lo más conectados que sea posible, no para que un profesor cuente a sus alumnos sin venir a cuento lo que está investigando, no, sino para que los alumnos sientan (y esto lo digo porque mis alumnos lo perciben) que sus profesores están vivos y son capaces de abrir nuevas fronteras en el conocimiento. FRANCISCO GARCÍA JURADO

domingo, 15 de abril de 2012

Naturaleza del poder. Montesquieu y los germanos

A menudo los buenos propósitos se tornan en aquello que no quisimos. La exaltación que hace Montesquieu (en la imagen) de la libertad de los antiguos germanos en su "Espíritu de las leyes" supone una revisión de la esencia del poder absoluto. Aquel pueblo, según la lectura que de la Germania de Tácito hace Montesquieu, era libre con respeto al poder de Roma y el poder interno quedaba limitado por ciertas acciones donde concurría el pueblo en asamblea. Montesquieu, uno de los pensadores más sensatos de su época (desde luego, más sensato que Rousseau) jamás pudo imaginar a dónde llegarían a parar semejantes ideas. Creo que la conjunción entre Historia y Pensamiento sigue siendo una tragedia, pues las ideas se acaban sacando de contexto. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE


Estos días leo por mero ocio un libro grato. Se titula "El libro más peligroso. La Germania de Tácito, del Imperio Romano al Tercer Reich", y está escrito por el profesor de Harvard Christopher B. Krebs. Nada más verlo expuesto en las vitrinas de novedades de la biblioteca de clásicas de la Complutense me fui directo a la librería para encargarlo. Su lectura no me ha defraudado. Pensé, incluso, que sería más divulgativo, pero se nota, y mucho, que el autor, además de buen divulgador, es un experto indiscutible en la Germania de Tácito. El libro traza un cuadro histórico o, más bien, una historia cultural de la lectura que la obrita de Tácito ha tenido a lo largo de los grandes períodos históricos de la Humanidad, desde los tiempos en que el propio Tácito compuso su obra hasta los terribles años del Tercer Reich, donde la posesión de un antiguo códice que la contenía se convirtió en una curiosa prioridad nacionalsocialista. No en vano, se ha considerado secularmente que en la Germania de Tácito se esconden las esencias de un pueblo guerrero y no domeñado por el poder externo. Cada época leerá la obra desde unas claves distintas, de manera que la representación cultural de la Germania no será la misma, pongamos por caso, en pleno Renacimiento que durante el llamado Siglo de las Luces. En todo caso, sí parece haber una decidida constante: la legitimación de la lengua alemana frente a la latina y, lo que conlleva, asimismo, la legitimación de una forma de ser alternativa, digamos que de un "espíritu" colectivo. Precisamente, uno de los pensadores que más contribuyeron a favor de esta legitimación fue el Barón de Montesquieu en pleno siglo XVIII. Sus ideas sobre cómo el clima modela el carácter de los pueblos, de manera que el frío fortalece mientras que el calor crea perezosos, fue determinante para dar un salto cualitativo en la valoración de los germanos. No en vano, Montaigne pone a los germanos como modelo de virtudes para el buen gobierno, cuando observa cómo en ciertas decisiones importantes ha de intervenir "el pueblo". De esto se deriva que el poder no tiene por qué ser absoluto, como quieren hacer ver buena parte de los monarcas que poblaban Europa durante aquel tiempo, desde Rusia a España, y que el modelo de democracia inglesa, que tan bien conocía Montesquieu, habría nacido en lugares tan característicos como la Selva Negra. El libro de Montesquieu, escrito en francés y publicado en Ginebra, se titula "El espíritu de las leyes". Krebs señala que fue vertido al alemán, aunque con un significativo cambio de título donde no se contenía la palabra "espíritu". No obstante, en 1760 aparecería un tratado sobre la legislación alemana donde podemos encontrar un término clave que sí la iba a traducir: "Geist". Mientras escribo estas líneas apresuradas, recuerdo que otro gran pensador ilustrado, el jesuita Juan Andrés, critica precisamente a Montesquieu su inquebrantable fe en el clima: "«El frío (dice Montesquieu) constriñe las fibras y fortalece el cuerpo; pero entonces es más craso el jugo nutricio y el espíritu tiene menos vivacidad». La fama del autor merecía confutación más extensa de lo que exige una razón tan débil. Pero sólo preguntaré a Montesquieu que si, por ser Francia más fría que España, querrá atribuir a los franceses respecto de los españoles mayor fuerza en el cuerpo, pero menor viveza en el espíritu". La idea de Montesquieu está encaminada a mostar que el carácter de los pueblos importa a la hora de considerar la naturaleza del poder, y esta idea está en la base de lo que pocos decenios más tarde, con el desarrollo del pensamiento liberal (digno heredero de la Ilustración) será la idea de soberanía popular que preside, por ejemplo, nuestra constitución de Cádiz. No debemos perder de vista que Montesquieu comenzó a dinamitar los fundamentos del absolutismo político, basado en una idea personal e indivisible del poder. Lo que no pudo prever, naturalmente, era cómo esa idea de "libertad" y de "espíritu" derivaría, a través de las brumas del pensamiento romántico, a ideologías terribles que pondrían la idea de "pueblo" y de "espíritu" ("Volkgeist") por encima de cualquier otra cosa, dando lugar, por tanto, a la legitimación de las masacres de otros pueblos. Cuando pensamos no somos, naturalmente, dueños del devenir de nuestras ideas. Imagino que Marx tampoco pudo pensar en los campos de concentración estalinistas cuando redactaba en la Biblioteca Británica su obra "El capital". Esta distancia histórica con respecto a las consecuencias de nuestra ideas posiblemente nos exculpa, pero no por ello nos deja al margen de su creación. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO