sábado, 11 de junio de 2011

LA FIBULA PRENESTINA Y LAS HERRAMIENTAS HISTORIOGRÁFICAS

El asunto de los objetos falsos, sobre todo si son antiguos, suscita continuamente gran interés entre los especialistas y los meros aficionados. Precisamente, el documento que desde comienzos del siglo XX había pasado oficialmente a ser el primer testimonio escrito de la lengua latina quedó en entredicho cuando Margherita Guarducci cuestionó su veracidad en el libro titulado La cosiddetta fibula prenestina. Antiquari, eruditi e falsari nella Roma dell'Ottocento ("Atti della Accademia Nazionale dei Lincei. Memorie", Classe di scienze morali, storiche e filologiche, serie VIII, vol. 28, fasc. 2, Roma 1980). Estas notas de urgencia tan sólo pretenden poner en relación el “oportuno” hallazgo de la fíbula en 1887 a cargo del arqueológolo alemán Wolfgang Helbig, y en consonancia con el desarrollo de la lingüística latina. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
En sus estudios sobre falsarios, Julio Caro Baroja establece una útil división entre dos tipos de falsificaciones: (a) las más antiguas y simples, que consistirían en crear un documento falso, y (b) las más elaboradas, que implican la reinterpretación de un documento o de una serie de documentos para intentar demostar una determinada explicación. Acaso sea oportuno pensar, asimismo, en un tercer tipo de falsificación, que es precisamente la que aúna uno y otro procedimiento, a saber, (c) el meramente factual con el interpretativo.
La clave de mi argumentarción es esta: el texto “MANIOS MED FHEFHAKED NUMASIOI” que aparece en la fíbula de Preneste, datada en el siglo VII a.C., es un documento interesantísimo, sobre todo para los estudiosos de la lengua latina y no tanto para los de la historia de la literatura. Estos dos paradigmas, el de la lingüística latina y el de la historia de la literatura romana, se separaron, precisamente, a finales del siglo XIX. Prueba de ello es la marginación de los textos arcaicos llevada a cabo por Sigmund Teuffel en un importante manual publicado inicialmente en 1862, y que dejó oficialmente al margen los documentos más antiguos del discurso propio de la historia de la literatura romana para centrarse, sobre todo, en la literatura clásica. Los documentos arcaicos pasaron, por tanto, a ser objeto de la lingüística latina, nuevo paradigma que tanto debe a los estudios indoeuropeos y que probablemente arranca con la gramática comparada de la lengua latina compuesta por el danés Madvig. De ahí nace, pues, la oportunidad de este documento que precisamente fue dado a conocer durante los años finales del siglo XIX: la lingüística latina, es decir, el nuevo discurso científico e historiográfico independiente ya del de la historia de la literatura, lo convirtió en un documento fundamental. Desde el punto de vista epigráfico, el C.I.L. legitimó su valor, mientras que en la lingüística latina la pieza pasó al relato normal de la Historia de la lengua (p.e. en F. Stolz), mientras que el gran filólogo A. Ernout lo difundió a comienzos del siglo XX en su Recueil de textes latins archaïques. En resumen, quiero sugerir que la Fíbula de Preneste, al margen de su valor implícito, incluso de su verdad o falsedad, se benefició de un nuevo paradigma científico para alcanzar la relevancia de que ha gozado hasta los años ochenta del siglo XX. Puede que a los especialistas en historia de la lengua latina este paradigma les parezca hoy algo natural, casi invisible, pero el caso es que en la primera mitad del siglo XIX no existía como tal. En el supuesto de que la fíbula hubiera aparecido a finales del siglo XVIII o comienzos del XIX las sospechas serían mucho menores, por no decir inexistenes. FRANCISCO GARCÍA JURADO

miércoles, 8 de junio de 2011

EL DÍA QUE ME ENFADÉ CON PLINIO EL JOVEN

Él no tenía culpa alguna, vaya esto por delante, pero el caso es que hace unos meses sentí un gran enfado contra Plinio el Joven debido, entre otras cosas, al gran trabajo que me estaba dando terminar el libro que he dedicado a ocho (¡sólo ocho!) de sus cartas. Pensaba en cuánta gente publica libros de éxito sin apenas esfuerzo, a manera de productos comerciales pensados para su venta masiva, y en lo idiota que yo me sentía tras tantas horas de improductivo esfuerzo. De hecho, no quise ir a ver el lago de Como, su lugar de origen, cuando llegué a la cercana Bérgamo (en la fotografía). POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
Hacía frío y era ya noche cerrada cuando llegamos desde el aeropuerto a la estación de Bérgamo. El hotel no quedaba más que al otro lado de la calle, por lo que tras dejar las maletas salimos prestos a pasear por la recta calle que poco a poco permitía intuir la antigua ciudad, en lo alto de la montaña. Bérgamo es una ciudad pequeña, propia para visitar durante una mañana y así poder aprovechar el resto del tiempo para recorrer otros lugares, como Milán o Brescia. Pensando, precisamente, en posibles itinerarios, María José me preguntó que si quería ver el lago de Como, no sé si ingenuamente o con segunda intención. Fue entonces cuando al frío de la noche se unió cierta sensación desapacible que ya me había acompañado desde Madrid. Estos días intentaba cerrar la antología de cartas de Plinio el Joven, un libro que va a tener el bonito título de "EL VESUBIO, LOS FANTASMAS Y OTRAS CARTAS", pero que en aquel momento no era más que una pesadilla ante los interminables y tediosos comentarios gramaticales que había que escibir para que figuraran a pie de página en el texto latino. Al oír la palabra "Como" no pude menos que ponerla en relación con el pobre Plinio, y expresé con todo el desprecio que me fue posible el desinterés por llegar hasta allí. En realidad estaba enfadado conmigo mismo y con lo inmenso que a veces puede resultar un trabajo bien hecho. Entendía que este libro estaba conllevando demasiado esfuerzo para el resultado final y pensaba en tantos supuestos escritores que publican libros como churros y le sacan a esa actividad un rendimiento económico inversamente proporcional al de sus esfuerzos. En realidad, ya que no escibo por dinero, al menos lo hago por el placer de investigar y de aprender, pero este libro ya no me reportaba placer alguno al respecto. Es probable que pocas cosas conlleven tanto trabajo y se vean menos que una edición escolar de un autor. La codirectora de la colección, María Jesús Pérez Ibáñez, ha mostrado una paciencia casi infinita con mis hábitos de trabajo y mi propia falta de paciencia, pues más de una vez yo le había declarado mi propósito de abandonar la empresa, y mi estancia en Bérgamo se correspondía con una de esas etapas de desesperación. Hoy, cuando corrijo al fin las pruebas de imprenta, pienso de manera retrospectiva en aquella noche fría, donde la emoción de una ciudad nueva y de pisar otra vez Italia quedaba enturbiada por una sensación de desasosiego. Sin embargo, no por tener más años uno deja de aprender que el buen hacer de algunas personas no tiene nada que ver con la vanidad o el dinero. Esa honestidad por el trabajo bien hecho es algo que se aprende o no se aprende, es cierto, pero no deja de ser, en su discreción, una virtud admirable. En algún momento habrá que volver a Italia para visitar (ahora sí) Como, y saludar a Plinio el Joven con los deberes bien acabados. FRANCISCO GARCÍA JURADO