sábado, 11 de octubre de 2008

HUMANISTAS Y HUMANIDAD


Cuando en abril de 2007 acudimos a París para visitar la exposiciónde Praxiteles en el Museo del Louvre me llevé la grata sorpresa de encontrar un texto de Aulo Gelio precisamente en el prinel gran panel explicativo de la exposición. Gelio hablaba, claro está, sobre el escultor griego, a propósito de la palabra Humanitas. Como es frecuente que al comenzar el curso académico recurra a esta palabra en mis clases de introducción, y como sé que algunos de mis alumnos entra en el blog, he creído conveniente colocar aquí lo que cuenta el propio Aulo Gelio sobre la palabra y, al mismo tiempo, acompañar este texto con las apostillas que yo mismo hago en nota a pie de página al respecto dentro de mi traducción de Gelio en Alianza Editorial. Este es el texto de Gelio:


"Humanitas no significa lo que vulgarmente se entiende, sino que sólo utilizan la palabra con propiedad los que hablan de manera pura (Noches Áticas 13, 17)


Aquellos que crearon la lengua latina y quienes la han usado con propiedad no quisieron que humanitas fuera aquello que vulgarmente creemos y que entre los griegos se llama “filantropía”, con el significado de cierta virtud que conlleva la benevolencia hacia los hombres. Muy al contrario, aquellos llamaron humanitas prácticamente a lo que los griegos denominan paideia, es decir, lo que en nuestra lengua se refiere a la formación e instrucción en las artes liberales. Quienes sienten franco interés y deseo por tales disciplinas, éstos son propiamente los más humanistas. El cultivo y aprendizaje de estas disciplinas recibió el nombre de humanitas porque de entre todos los seres vivos tan sólo le fue dada a los humanos.
Así las cosas, casi todos los libros testimonian que los antiguos ya hicieron uso de esta palabra y, en especial, Marco Varrón y Marco Tulio Cicerón. Basta, pues, con ofrecer entretanto un solo ejemplo. Por ello, puse las palabras de Varrón tomadas del libro primero Sobre las cosas humanas, cuyo comienzo es el siguiente: “Praxiteles, quien a causa de su excepcional talento artístico no es desconocido para nadie que sea un poco humanista.” El término “humanista” no se refiere, como se dice vulgarmente, a una persona afable y benévola, incluso aunque sea lega en cuestiones literarias –no sería congruente con el texto citado-, sino a un individuo suficientemente leído e instruido como para conocer, gracias a los libros y a la historia, la importancia de Praxiteles. "


No viene mal ahora que recordemos algo sobre la tradición cultural del término:


Leonardo Bruni adapta en el primer humanismo un hallazgo léxico debido a Cicerón y recogido por Aulo Gelio: el término humanitas. El término, como si hubiera preludiado el Renacimiento, está concebido precisamente a la medida del ser humano. Cicerón expresa perfectamente el carácter de superación humana que encierran los studia humanitatis ac litterarum: “En efecto, si desde mi juventud y gracias a las enseñanzas de muchas personas y a muchas lecturas yo no me hubiera convencido de que en la vida ninguna otra cosa debemos buscar con ahínco sino la gloria y el honor y que para alcanzarlos debemos despreciar todos los sufrimientos corporales, los peligros de muerte y los destierros, nunca me hubiera enfrentado por vuestra seguridad a tantas y tan grandes batallas, a estos continuos asedios de hombres depravados. Pero todos los libros están llenos de buenos ejemplos, llenos de palabras de los sabios, llena toda la antigüedad; y todos ellos yacerían entre tinieblas si no existiera la luz de los libros. ¡Qué gran cantidad de modelos de hombres valerosísimos dignos no sólo de observar sino también de imitar nos han dejado representados en sus obras los escritores griegos y latinos! Al tener yo esos ejemplos siempre presentes en el ejercicio del gobierno del estado, modelaba mi carácter y mi inteligencia con la reflexión sobre esas excelentes personalidades.” (Cicerón, Discurso en defensa del poeta Arquías, 7, 14. Traducción de Antonio Espigares Pinilla).
De humanitas derivó el término “humanista” (“umanista”, en italiano, aparecido en 1490 en una de las Sátiras de Ariosto) y luego, ya a comienzos del siglo XIX, “humanismo”. No obstante, del Pro Archia de Cicerón a la Carta sobre el humanismo de Martin Heidegger ha habido una significativa evolución de la palabra: “En la época de la república romana se piensa, y se aspira a ella expresamente, por vez primera y bajo su nombre, la humanitas. El homo humanus se sitúa frente al homo barbarus. El homo humanus es aquí el romano, que eleva y ennoblece la virtus romana mediante la incorporación de la paidei/a tomada de los griegos. Los griegos son los griegos del helenismo, cuya cultura fue enseñada en las escuelas filosóficas. Esta cultura se refiere a la eruditio et institutio in bonas artes. La paidei/a así entendida fue traducida por “humanitas”. En Roma encontramos nosotros el primer humanismo. De ahí el que éste sea un fenómeno específicamente romano, surgido del encuentro de la romanidad con la cultura del helenismo. El llamado Renacimiento de los siglos XIV y XV en Italia es una renascentia romanitatis. Porque lo que importa es la romanitas, se trata de la humanitas, y por eso de la paidei/a griega (...). Pero si se entiende generalmente bajo “Humanismo” el esfuerzo porque el hombre sea libre para su humanidad y encuentre en ello su dignidad, entonces varía el humanismo según la concepción de la “libertad” y de la “naturaleza”. De igual manera se diferencia según los caminos de su realización. El humanismo de Marx no requiere una vuelta a la Antigüedad como tampoco el humanismo que Sartre concibe como existencialista.” (Martin Heidegger, Carta sobre el humanismo, Madrid, Taurus, 1970, pp. 15-16).

jueves, 9 de octubre de 2008

DIFERENTES VISIONES DE UN HUMANISTA: DIEGO GRACIÁN DE ALDERETE


Un trabajo en curso que preparo para un inminente congreso en la Universidad de Toulouse me está dando algunas preciosas enseñanzas metodológicas que me gustaría compartir.
Por razones técnicas que ahora no vienen al caso, tengo que disertar sobre las traducciones de Tucídides en España hasta el siglo XIX. Que Diego Gracián de Alderete es, por excelencia, y a pesar de sus numerosos errores de interpretación, el traductor que vertió los libros de Tucídides al castellano no es una cuestión nueva ni fácil de narrar de una manera original. Es por ello por lo que decicidí centrarme en una cuestión aparentemente accesoria, y dejar a un lado la edición del Tucídides de 1564 para centrarme en las reediciones siguientes, las del siglo XIX. Gracias a la labor de David Castro en nuestro grupo, en particular su estudio sobre la Biblioteca Clásica de Luis Navarro inspirada intelectualmente por Menéndez Pelayo, sabia que en 1889 se había vuelto a publicar este Tucídides. Lo que no sabía, y fue toda una sorpresa, fue saber que el Marqués de San Román, militar y bibliófilo que dejó un importante legado a la Academia de la Historia, también dio a la prensa los libros de Tucídides en 1882. He indagado, por tanto, en las razones culturales por las cuales durante aquel decenio de los años 80 se volvió a editar dos veces la obra del historiador griego en una versión hispana considerable como clásica, si bien plagada de errores.
En gran medida, mi decisión de centrarme en estas ediciones ha convertido una circunstancia en un argumento, pues, al mismo tiempo, he observado cómo también la propia vida de Gracián de Alderete se vuelve parte de diferentes relatos sobre el humanismo español. Dos polos cabría establecer, bien definidos: de un lado, el que encabeza Menéndez Pelayo con su estudio sobre los traductores españoles y, de otro, el representado por Marcel Bataillon en su libro ya clásico Erasmo en España. Tales obras ya no son sólo estudios, el tiempo las ha convertido en fuentes primarias para poder comprender las directrices ideológicas por las cuales se construye nuestra moderna idea de Renacimiento hispano. Mientras Menéndez Pelayo traza la figura de Gracián como representante singular de la tradición cultural hispana, en función de lo cual cree necesario volver a publicar su traducción de Tucídides, Marcel Bataillon convierte al humanista en exponente del erasmismo. Para Menéndez Pelayo o su discípulo Bonilla el erasmismo en España era algo así como una anécdota, pero para Bataillon se convierte en un argumento que nutre las numerosas páginas de su libro.
De esta forma, la propia biografía de Gracián presenta estas dos líneas interpretativas bien diferenciadas. Así pues, mientras el Tucídides de Gracián es para Menéndez Pelayo un exponente de una tradición hispana a la que hay que volver constantemente frente a las influencias foráneas, para Bataillon no es otra cosa que un representante de la historia "seria", frente a las novelas de caballería, algo que cabe encuadrar dentro de las corrientes erasmistas de pensamiento.
Estudiar, por lo demás, las características de cada una de las dos reediciones de Tucídides a finales del siglo XIX también ha sido una interesante experiencia. San Román edita, probablemente a partir de una edición propia de 1564, su Tucídides de 1882. Es un ejemplo de reedición apenas actualizada (incluso el historiador aparece como "Thucydides"). Sin embargo, la reedición de la Biblioteca Clásica es una edición modernizada, si bien no corrige los errores de traducción. En ambos caso sí hay una coincidencia significativa: la necesidad de volver a editar un monumento de la cultura española como ejemplo de la llamada "historia pragmática": militar en el primer caso y política en el segundo.

Repito, pues, que mi estudio intenta convertir ciertas circunstancias (las corrientes interpretativas de la vida de Gracián o las reediciones del XIX) en argumentos.


Francisco García Jurado

H.L.G.E.

martes, 7 de octubre de 2008

LECCIONES "LIBERALES" SOBRE LOS HUMANISTAS DEL RENACIMIENTO


Uno de los grandes retos que contempla nuestro grupo de investigación UCM es el de la construcción de la idea de Renacimiento en España. El empeño de esta construcción se fue configurando más de un siglo después de que ese Renacimiento tocara a su fin y antes incluso de que tuviera el nombre por el que ahora lo conocemos. Pienso en Gregorio Mayáns y sus afanes de recuperación del pasado patrio. De la Ilustración heredamos la valoración del Renacimiento como un período áureo. Para unos historiadores, como Michelet, no es más que el período en el que comienza a gestarse el ascenso imparable hasta la propioa Ilustración, según otros, como Burckhardt, un paradigma en sí mismo, un pequeño mundo. Sea como fuere, en la configuración de ese Renacimiento ideal confluyen otos aspectos, como el nacimiento del mundo moderno o la propagación del protestantismo. En España tuvimos a unos de los más activos divulgadores de las nuevas ideas historiográficas en mi admirado Alfredo Adolfo Camús. Sus conferencias en el Ateneo de Madrid tuvieron que ser decisivas, si bien de ellas no conservamos más que documentación indirecta. Cuando tenga recopilados suficientes documentos emprenderé la labor de recontruir el contenido de tales conferencias. Precisamente, lo que hoy voy a hacer es presentar un documento periodístico muy interesante al respecto:


"La discusión (20 de noviembre de 1863)

Nuestro querido amigo el Sr. D. Alfredo Adolfo Camús, doctísimo humanista, comenzará el lunes 23 del corriente, en el Ateneo, a dar una serie de lecciones sobre los latinistas del Renacimiento. El objeto de estas lecciones no es tan sólo hablar de los hombres eminentes, que florecieron en aquel gran despertar del profundo letargo de la Edad Media; el docto profesor de literatura clásica expondrá, sin duda, con la lucidez de su talento y su vasta erudición, la parte, que, a nuestra amada patria, cupo en la difícil y noble tarea de restaurar los estudios de la antigüedad clásica. A lado de los Scalígeros y Erasmos en Italia, destacarán los no menos célebres Nebrija, Sánchez de Brozas, Luis Vives, el gran maestro de Felipe II, en unión de otros ilustres varones que dieron a España un lugar tan distinguido entre los que cultivaron en aquellas época los difíciles estudios clásicos.
Sabida es la justa reputación que goza el señor Camús, como profundo conocedor de la literatura clásica, por lo cual tendrá la juventud que acude al Ateneo, el gusto de oír los grandes conceptos, los atinados juicios que con severo aticismo, saber hacer el señor Camús y que admiran cuantos aman de todas veras el progreso de los escabrosos y útiles estudios clásicos.
Reciba, pues, el docto profesor nuestra enhorabuena por el laudable propósito de renovar, si no el mismo asunto, al menos el mismo género de provechosas tareas, que, de seguro, han de redundar en provecho de la juventud estudiosa, y han de aumentar, si esto fuera posible, la legítima reputación que ya goza el insigne profesor de la Universidad Central."


FRANCISCO GARCÍA JURADO

HLGE.

domingo, 5 de octubre de 2008

MIS VIDAS IMAGINARIAS DE MARCEL SCHWOB


No voy a comenzar contando aquello de que los lectores de Marcel Schwob configuramos una secta difusa que se reparte por el mundo. Una mutación de esa secta, no una secesión propiamente, se ha producido con el multitudinario Roberto Bolaño, que no dejaba de ser un gran lector de Schwob. Sobre este autor, mal llamado simbolista, bastante inclasificable y lector de Edgar Allan Poe, se asentó la poderosa sombra se Jorge Luis Borges, que lo eligió como precursor de su Historia Universal de la Infamia. Por muchas razones, cuando llegó a mis manos el libro de las Vidas imaginarias de Schwob en la mítica Biblioteca Personal Jorge Luis Borges ya no volví a ser jamás un lector sano.

Las vidas imaginarias de Schwob, en particular las basadas en textos latinos, tienen un inquietante aroma filológico. Séptima, la hechicera, nace de una tabella defixionis escrita en latín con caracteres griegos y de un pasaje de la Eneida; Lucrecio, poeta, es en sí mismo el germen del Aleph de Borges y toda una contrahistoria de la literatura latina oficial; Lesbia, matrona impúdica, se vuelve un cuento latino oscuro y febril; finalmente, Petronio, novelista, es una vuelta de tuerca a la estética simbolista que gira en torno a la literatura latina imperial. Tales personajes son reales, pero sus vidas no lo son tanto.

Cuando vi la película Roma, de Adolfo Aristarain, pude ser consciente de las precisas citas a Schwob que se hacen durante la etapa de formación literaria del protagonista. Se habla de la Cruzada de los niños, un libro iniciático y escalofriante, pero sobre todo se recrea una edición particular de las vidas imaginarias. Se trata de la edición publicada en Buenos Aires el año de 1944, por la editorial Emecé. Ya antes había llegado a Hispanoamérica, en concreto a México, la obra de Schwob, donde fue traducida por Rafael Cabrera en 1922. Borges tradujo algunas vidas de Schwob en los años 30, dentro de la Revista Multicolor de los Sábados. Pero la edición de 1944 constituye en particular un pequeño icono literario de esa translación del autor francés a otro siglo, el XX, y a otro continente, el americano, donde encontraría la inmortalidad. Fue Ricardo Baeza el traductor que unió para siempre su nombre al de Schwob.

Tuve ocasión, hace más o menos un par de años, de encontar en Madrid, en una librería de viejo cercana al Retiro, la mítica edición a un precio mínimo. En la librería sólo había una señora mayor, a quien su hijo había dejado por un rato al cargo del negocio. Era por la mañana, una mañana radiante, y la señora me contó que tenía un problema en los ojos. Tuve que ayudarla a buscar el libro entre los montones apilados junto al mostrador. Fue encontes cuando pude sentir en mis manos la tela editorial azul y ver el frontispicio con la imagen de Schwob que ahora podéis contemplar al comienzo de este texto. Partí de allí con un precioso fragmento de una historia oculta de la literatura.


Franciso García Jurado

H.L.G.E.