sábado, 21 de mayo de 2011

TODAVÍA VIRGILIO

A menudo, las razones por las que un autor moderno recurre a hablar de otro antiguo son didáctivas y evocadoras. Esto ocurre especialmente cuando un viejo texto se ha perdido ya en el limbo de la incomprensión para los no especialistas. El esfuerzo por hacer ver el porqué de una obra como las "Geórgicas", tan importante como poco comprendida por parte del lector moderno nos lleva a esta breve y bella semblanza que tanto de las "Geórgicas" como de las "Bucólicas" lleva a cabo el poeta y narrador leonés Andrés Trapiello (1953), que en unas cuantas líneas resume la tradición literaria y el significado de tales obras. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE.



El texto apareció en el diario EL PAÍS hace ya mucho tiempo (22-IX-1991) con el título "Todavía Virgilio":

"Como es conocido de todos, el de la Blanca Luna le arrancó a don Quijote, cuando le derribó en Barcelona, esta dura promesa: la de amontonar sus armas durante un año. Así se hizo, y don Quijote volvió a casa. Sólo que camino de casa, de su cordura y de la muerte, pensó también don Quijote tirarse al monte por entretener aquellos meses de penitencia. Vivirían vida virgiliana, pastoril y de égloga, conforme al modelo de las Bucólicas. Incluso encontró para él y para su escudero nombres de guerra, es decir, nombres de paz: el pastor Quijotiz y el pastor Pancino.

No me parece a mí que hoy nadie haga alabanza de aldea y menosprecio de la corte. La gente dice amar el campo, pero eso es mentira. De ser así la gente se iría a pasar un mes a un lugar apartado y no se engolfaría en playas abominables. Lo dice el propio Virgilio: «No a todos gustan los vergeles y los tamarindos humildes». El campo a la gente le produce urticaria. La soledad, lo mismo.

Antes no era así y las Bucólicas y las Geórgicas fueron libros leídos, releídos, admirados en toda la cristiandad. Se veía en ellos el símbolo de la vida beata, de la vida feliz, no porque estuviese excluida de ella el dolor, como porque hasta el dolor allí producía alegría. «Alegría el lloro», dice exactamente don Quijote.

Fray Luis de León vertió las Bucólicas y parte de las Geórgicas a un castellano admirable, fuente de toda nuestra poesía lírica. Escribe en alguna parte de sus Complementarios Antonio Machado que admira a Virgilio sobre todo por haber incluido entre sus versos los de otros autores, sin tomarse la molestia de citarlos. Lo mismo cabría afirmar de la traducción de Fray Luis. A veces Fray Luis no se ha tomado siquiera la molestia de mirar el original. Dice de pronto: «La grulla luego alzando el vuelo / como el vapor del valle se levanta». Si acudiéramos al latín en busca de tan inigualable vuelo, quedaríamos todos defraudados, incluido Virgilio.

Saber a medias.

Las Bucólicas y las Geórgicas tienen su historia, sus fechas y sus nombres, sus mecenas y fuentes. Dioses, ninfas, leyendas que hoy nos pillan lejos. No hace mucho, paseando entre las ruinas idílicas de Villa Adriana, en Tívoli, vino el pintor Ramón Gaya a sacarnos de dudas sobre una complicada genealogía mitológica: «Esas cosas hay que saberlas a medias».

Lo mismo aquí. No importa que aparezcan en las Bucólicas, mezclados hombres y dioses, verdad y fábula. No importa siquiera que en las Geórgicas se hable de «esas potrancas que sin coito alguno, quedan preñadas por el viento». Dice a continuación Virgilio: «Causa maravilla decirlo» . Y maravilla nos causa a nosotros oírselo. La erudición, como la ciencia, siempre mejor a medias. Los detalles exactos no le interesaban ni a Stendhal. Bástenos saber que fueron escritos hace 2.000 años, que uno significa pastorales y que el otro, que Josep Pla sabía de memoria, es un tratado de agricultura, casi uno de aquellos mínimos calendarios zaragozanos de color pimentón que aún se venden en nuestras ferias.

¿Qué quedaría si a estos libros se les quitara la erudición, la ciencia? La poesía. Nos queda la poesía irreductible, grande como el primer día en que fue escrita. Tiene uno siempre al leerlos, al releerlos, la impresión de mirar una de esas pinturas inagotables de Brueghel, portento y miniatura de caminos y gentes, de mieses y segadores, de animales y frutos, pinturas en las que se oyen «enjambres que suenan y adormecen», panoramas en cuyas ramas se posan las músicas y las aves.

Los dioses lo son porque pusieron nombres a las cosas. Los clásicos les pusieron adjetivos. ¡Qué invariables adjetivos los de Virgilio, cuánto poder para nombrar el mundo, cuánta poesía!: «los árboles veleros»; «los aires voladores»; «hierba más blanda que el sueño»; «las semillas del fuego». «Las fatigas de la luna» nos dice el poeta para hablarnos de sus fases o «llenar los cubos nevados del ordeño», al mirar la espuma de la herrada.

«Afortunado», insiste Virgilio, «el que ha podido conocer las causas de los fenómenos y los dioses del campo, pues no conoce las leyes del hierro, la locura del foro ni los archivos públicos» .

Son, es cierto, libros destartalados, sin orden ni concierto. Los dos son ingenuos y sencillos. Los dos, un pozo pequeño y de venero limpio. Es decir, libros fuera del mundo. Por eso siguen teniendo unos cuantos lectores. No muchos. Sí lo bastante quijotescos como para saber que Virgilio tenía razón al decir: «Alaba las fincas grandes; cultiva la pequeña». Con un consejo así nadie se hace rico ni moderno. Feliz, como pensó serlo el pastor Quijotiz, quizá, aunque para desbaratar ese sueño siempre tenemos a mano la cordura y la muerte."

Tras leer semejante texto, ¿no nos sentimos acaso invitados a sumergirnos en los versos de Virgilio? La literatura y la erudición antigua, convertida en una curiosa forma de poesía, se dan la mano en estas líneas. Resulta sugestiva, por lo demás, la alusión a los bucólicos paisajes de Brueghel, que enriquece la serie de sugerencias pictóricas que a menudo suscita la propia literatura latina a la luz de los autores modernos. La lectura de las "Bucólicas" y, en especial, de las "Geórgicas" se convierte, más que en un ejercicio intelectual, en una actitud vital. Francisco García Jurado

miércoles, 18 de mayo de 2011

RAYUELA DE CORTÁZAR Y NOCHES ÁTICAS DE GELIO

Cuando leemos antiguos libros que presentan etimologías aparece una preocupación común, el orden de las palabras, en paralelo con el orden de las cosas. La preocupación por presentar globalmente las etimologías de acuerdo con criterios conceptuales o alfabéticos es, de hecho, uno de los aspectos que más interesan al nuevo lector. Tales problemas no atañen, sin embargo, a aquellos que como el erudito del siglo II Aulo Gelio nos presentan un conjunto heterogéneo de escritos acerca de asuntos diversos, tales como cuestiones literarias, anécdotas y reflexiones filosóficas, lo que responde a una tendencia a relajar las formas literarias. Entre tales cuestiones no faltan las reflexiones etimológicas. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO


Por otra parte, frente a los títulos relativos al contenido de la obra (De Lingua Latina o De Verborum Significatu) nos sorprende ahora un título de motivación bien distinta, Noctes Atticae no se refiere al contenido, sino a las circunstancias de la composición. Se trata del estudio a la luz del candil, la lucerna, lo que supone una erudición dispuesta en orden fortuito, gozando de una libertad que preludia ya el propio ensayo moderno. Es muy interesante observar cómo Gelio reflexiona en más de una ocasión acerca de las etimologías de otros autores, como es el caso de Varrón (Gel.1,18), de Publio Nigidio (Gel. 10,4), o este excepcional pasaje sobre la etimología de persona en Gavio Baso (Gel. 5,7). Hoy día sabemos que el término latino persona proviene en realidad de la lengua etrusca , por lo que la ratio que tradicionalmente ha explicado el término mediante el falso corte per-sonat, dando a entender que la persona se llama así porque personat, es decir, "resuena", está definitivamente descartada. Sin embargo, la etimología tradicional sigue viva en la historia de la cultura. En otro lugar , hemos estudiado el singular hecho de que el novelista argentino Julio Cortázar reproduzca en su novela Rayuela, concretamente en el capítulo 178 (uno de los "Capítulos prescindibles"), la traducción al castellano de este pasaje de las Noctes Atticae en versión de Francisco Navarro y Calvo :

"De la etimología que da Gabio Basso de la palabra persona.

Sabia e ingeniosa explicación, a fe mía, la de Gabio Basso, en su tratado Del origen de los vocablos, de la palabras persona, máscara. Cree que este vocablo toma origen del verbo personare, retener. He aquí cómo explica su opinión: «No teniendo la máscara que cubre por completo el rostro más que una abertura en el sitio de la boca, la voz, en vez de derramarse en todas direcciones, se estrecha para escapar por una sola salida, y adquiere por ello sonido más penetrante y fuerte. Así pues, porque la máscara hace la voz humana más sonora y vibrante, se le ha dado el nombre de persona, y por consecuencia de la forma de esta palabra, es larga la letra o en ella.» AULIO (sic) GELIO, Noches Áticas".

Esta cita, que ha pasado desapercibida en el heterogéneo conjunto de referencias que hay en Rayuela, no nos parece fortuita, pues su contenido debe ponerse en relación con uno de los leit-motif de la obra de Cortázar: el problema del lenguaje como vehículo de comunicación . La cita del texto de Aulo Gelio constituye el capítulo 148 de Rayuela. Como es sabido, esta novela no se lee necesariamente de manera lineal, sino que puede optarse por un Tablero de Dirección que, de la misma forma que el juego de niños que da título a la obra, nos permite saltar de una parte a otra. Pues bien, el capítulo que nos ocupa está situado, según el Tablero de Dirección, entre los capítulos 41 (precisamente el primero que redactó Cortázar) y el 42. No hemos encontrado relación evidente entre el capítulo 148 con su precedente, pero sí parece que la hay con el capítulo 42, y, más precisamente, con este pasaje:

"(...) Le había dado esa mañana por pensar en frases egipcias, en Toth, significativamente dios de la magia e inventor del lenguaje. Discutieron un rato si no sería una falacia estar discutiendo un rato, dado que el lenguaje, por más lunfardo que lo hablaran, participaba quizá de una estructura mántica nada tranquilizadora. Concluyeron que el doble ministerio de Toth era al fin y al cabo una manifiesta garantía de coherencia en la realidad o la irrealidad; los alegró dejar bastante resuelto el siempre desagradable problema del correlato objetivo. Magia o mundo tangible, había un dios egipcio que armonizaba verbalmente los sujetos y los objetos. Todo iba realmente muy bien" (Rayuela cap. 42)

En Cortázar volvemos a encontrarnos con un viejo anhelo humano: la búsqueda de la armonía entre las palabras y las cosas. Así pues, la etimología latina de persona representa ese afán de correspondencia entre los sujetos y los objetos de la que, por lo demás, es garante el dios egipcio Toth, famoso inventor de la escritura, según el mito platónico (Fedro 274b-275e y Filebo 18b-d) , y al que los griegos acabarían llamando Hermes Trimegisto. FRANCISCO GARCÍA JURADO