domingo, 10 de mayo de 2009

UN TRES DE MAYO DE 1808 EN LA REAL ACADEMIA LATINA MATRITENSE


La lectura de viejos libros de actas, como los dedicados a las reuniones de las antiguas academias del siglo XVIII, depara algunos momentos inolvidables. La rutina de las fechas y sus reuniones nos permite mirar a veces, como tras el ojo de una cerradura, una pequeña vida cotidiana que está muy lejos de los grandes acontecimientos. De los pequeños detalles que podría recordar de aquella lectura, recuerdo especialmente unas actas redactadas precisamente el día 3 de mayo de 1808. Hoy día hemos convertido lo que entonces pudo ocurrir en Madrid en materia histórica, en puro acontecimiento. Los cuadros de Goya han grabado en nuestra retina esos momentos, y la historiografía oficial nos ha contado que el pueblo de Madrid se alzó en armas contra los invasores franceses. Aquellos sucesos se han vuelto hoy en materia legendaria, y nos cuesta imaginar que las personas que poblaron aquellos escenarios fueron también de carne y hueso. De carne y hueso eran los preceptores de latinidad que se reunieron al día siguiente (los bárbaros o los cursis dirían que “el día después”) en casa de uno de ellos para celebrar, como de costumbre, su reunión de académicos. Podría pensarse, de hecho yo lo hice, que allí aparecería alguna referencia a lo ocurrido tan sólo unas horas antes. No en vano estamos ante testigos casi directos. Lo curioso es que no hay ni una sola referencia a lo acontecido. Al cabo del tiempo, y tras meditar sobre ello, he llegado a la conclusión de que quizá no sea tan curioso, pues, en definitiva, no somos capaces más que de relatar aquello que creemos comprender. Para estos preceptores de latín, no en vano personas de un siglo anterior, aquel levantamiento no fue otra cosa que un hecho vandálico. Aquellos hombres, cuyos predecesores crearon una academia en 1755 tratando de subirse a la nuevas modas ilustradas (sin comprenderlas), no sentirían lo ocurrido como un hecho heroico. El pueblo de Madrid todavía no había ocupado oficialmente ese lugar en la historia, concedido sobre todo por los nuevos ideales románticos que penetrarían débilmente en España hacia 1820. Aquellos “ilustrados menores”, o “ilustrados de a pie” que eran algunos de estos académicos no podían entender que la “chusma” se convirtiera en “pueblo”. Por esta misma razón tampoco podrían entender aquellos componentes de la Real Academia Latina Matritense lo que terminaría siendo la nueva historia de las literaturas nacionales, legítimas voces de sus respectivos pueblos, frente al universalidad de la poética. Sin darnos cuenta, nos volvemos personas irreales bajo el carro de la historia.

Francisco García Jurado
H.L.G.E.

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