Las cosas reales suelen diferir de los ideales. Imagino que el encanto de los grabados de aquellos viajes por la Antigüedad en el siglo XVIII apenas dan cuenta de las dificultades que conllevaba un viaje semejante. El factor humano y el físico van creando las condiciones de nuestros itinerarios, y los nombres míticos se van desaciendo en un sinfín de vivencias a menudo desagradables. Nápoles deja de ser la ciudad de Vico para convertirse en un lugar atestado de motos y de humo. El tiempo acompaña, pero a pesar de que ap
enas hemos comenzado la primavera, el sol me ha enrojecido la cara, anunciando ya lo que será el infernal verano. Hoy en la sulfatara, mientras me dolían los pies y mis pómulos ardían, he pensado en el cansancio y el desánimo que el primero lleva emparejado, y en qué fácil es perder los ideales que nos llevan a los viajes cuando las condiciones físicas nos atenazan. Gracias a un descanso, luego ya en Nápoles, me ha sido posible ver las cosas de otra manera, pues he logrado tomar del natural una vista deliciosa, al caer la tarde y cuando el sol no es ya más que una luz tenue. La cámara fotográfica no logra captar la luz en toda su plenitud, ni tan siquiera la belleza del palacio de Capodimonte, a lo lejos, pero al menos quedará como testimonio feliz de un día agridulce. Francisco García Jurado. HLGE.

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