sábado, 23 de octubre de 2010

LA CIUDAD INVISIBLE DE LOS CLÁSICOS -8-: FINAL

Llegamos hoy al final de esta pequeña serie de entregas dedicadas a hablar sobre la historia del concepto de ´"clásico" desde la Antigüedad al presente. Entramos finalmente en una misteriosa ciudad, invisible e imprevista. En ella todo sucede igual desde hace siglos, pero los actores van cambiando. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE

La ciudad invisible … de los clásicos

En su libro titulado Las ciudades invisibles (1972) Calvino nos presenta los relatos imaginarios que Marco Polo hace a Kublai Kan. Se trata de ciudades que, en realidad, reflejan estados del alma y sensaciones. Todas las ciudades tienen nombre de mujer y hay muchas evocaciones del mundo antiguo, tanto en los nombres de las ciudades (“Baucis”, “Cloe”…), como en algunos componentes que aparecen en ellas (es el caso de “los Lares y los Penates”, o del dios Mercurio). Calvino y Aulo Gelio tienen en común, como ya hemos señalado, su condición de lectores de Plinio el Viejo, que ha dejado huellas de su lectura en las obras de ambos. Calvino traza la relación entre los relatos de Plinio el Viejo y los de Marco Polo en Por qué leer los clásicos:

Después de este preámbulo, Plinio se siente autorizado a lanzarse a su famosa reseña de las características «prodigiosas e increíbles» de ciertos pueblos de ultramar, que tanta fortuna conocerá en la Edad Media y aún después, y que transformará la geografía en una feria de fenómenos vivientes. (Los ecos se prolongarán aún en los relatos de los viajes verdaderos, como los de Marco Polo) (Calvino, 1995, pp. 49-50)

Por esta razón, cuando Marco Polo describe algunas particularidades de las ciudades invisibles, cabe entrever que Calvino también lo convierte en lector implícito de los textos de Plinio y de sus maravillas. Además de tener esta lectura en común, hay un hecho casual donde Calvino, sin saberlo, coincide con Aulo Gelio. Nos referimos a la recreación de una ciudad invisible donde se representa eternamente a determinado autor clásico:

“Las ciudades y los muertos.

En Melania, cada vez que uno llega a la plaza, se encuentra en mitad de un diálogo: el soldado fanfarrón y el parásito al salir por una puerta se encuentran con el joven pródigo y la meretriz; o bien el padre avaro, desde el umbral, dirige sus últimas recomendaciones a la hija enamorada y es interrumpido por el criado tonto que va a llevar un billete a la celestina. Uno vuelve a Melania años más tarde y encuentra el mismo diálogo que continúa; entre tanto han muerto el parásito, la celestina, el padre avaro; pero el soldado fanfarrón, la hija enamorada, el criado tonto han ocupado sus puestos y han sido sustituidos a su vez por el hipócrita, la confidente, el astrólogo.
La población de Melania se renueva: los interlocutores van muriendo uno por uno y entre tanto nacen los que se ubicarán a su vez en el diálogo, éste en un papel, aquél en el otro. Cuando alguien cambia de papel o abandona la plaza para siempre o entra por primera vez, se producen cambios en cadena, hasta que todos los papeles se distribuyen de nuevo, pero entre tanto la criadita desenfadada sigue respondiendo al viejo colérico, el usurero no deja de perseguir al joven desheredado, la nodriza de consolar a la hijastra, aunque ninguno de ellos conserve los ojos y la voz que tenían en la escena precedente.
Sucede a veces que un interlocutor desempeña al mismo tiempo dos o más papeles: tirano, benefactor, mensajero; o que un papel se desdoble, se multiplique, se atribuya a cien, a mil habitantes de Melania: tres mil para el hipócrita, treinta mil para el gorrón, cien mil hijos de reyes caídos en desgracia que esperan su reconocimiento.
Con el paso del tiempo incluso los papeles no son exactamente los mismos de antes; es cierto que la acción que impulsan a través de intrigas y golpes de escena lleva a algún desenlace final, que sigue acercándose aun cuando la madeja parezca enredarse más y aumentar los obstáculos. El que se asoma a la plaza en momentos sucesivos comprende que de un acto a otro el diálogo cambia, aunque las vidas de los habitantes de Melania sean demasiado breves para advertirlo.” (Calvino, 1999, pp 64-65)

Si Plauto habitaba de manera atemporal como clásico en la Roma metafórica e ideal de Aulo Gelio, a Plauto se representa, en una suerte de tradición ininterrumpida dentro de la invisible ciudad de Melania que nos describe Calvino, convertida en un escenario ideal. La representación consiste en una mescolanza dramática entre las comedias Aulularia y Miles Gloriosus, cuyas tramas constituyen el tejido cíclico de la vida de aquella ciudad. En la ciudad invisible de Melania no habita Plauto, sino su espíritu, su continuidad en el tiempo. Al igual que los “clásicos” dejaron de ser sólo romanos y se extendieron por el mundo, las ciudades de Calvino están en cualquier tiempo y lugar, pero el espíritu del comediógrafo sigue allí gracias a la tradición.
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FRANCISCO GARCÍA JURADO

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