miércoles, 8 de junio de 2011

EL DÍA QUE ME ENFADÉ CON PLINIO EL JOVEN

Él no tenía culpa alguna, vaya esto por delante, pero el caso es que hace unos meses sentí un gran enfado contra Plinio el Joven debido, entre otras cosas, al gran trabajo que me estaba dando terminar el libro que he dedicado a ocho (¡sólo ocho!) de sus cartas. Pensaba en cuánta gente publica libros de éxito sin apenas esfuerzo, a manera de productos comerciales pensados para su venta masiva, y en lo idiota que yo me sentía tras tantas horas de improductivo esfuerzo. De hecho, no quise ir a ver el lago de Como, su lugar de origen, cuando llegué a la cercana Bérgamo (en la fotografía). POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
Hacía frío y era ya noche cerrada cuando llegamos desde el aeropuerto a la estación de Bérgamo. El hotel no quedaba más que al otro lado de la calle, por lo que tras dejar las maletas salimos prestos a pasear por la recta calle que poco a poco permitía intuir la antigua ciudad, en lo alto de la montaña. Bérgamo es una ciudad pequeña, propia para visitar durante una mañana y así poder aprovechar el resto del tiempo para recorrer otros lugares, como Milán o Brescia. Pensando, precisamente, en posibles itinerarios, María José me preguntó que si quería ver el lago de Como, no sé si ingenuamente o con segunda intención. Fue entonces cuando al frío de la noche se unió cierta sensación desapacible que ya me había acompañado desde Madrid. Estos días intentaba cerrar la antología de cartas de Plinio el Joven, un libro que va a tener el bonito título de "EL VESUBIO, LOS FANTASMAS Y OTRAS CARTAS", pero que en aquel momento no era más que una pesadilla ante los interminables y tediosos comentarios gramaticales que había que escibir para que figuraran a pie de página en el texto latino. Al oír la palabra "Como" no pude menos que ponerla en relación con el pobre Plinio, y expresé con todo el desprecio que me fue posible el desinterés por llegar hasta allí. En realidad estaba enfadado conmigo mismo y con lo inmenso que a veces puede resultar un trabajo bien hecho. Entendía que este libro estaba conllevando demasiado esfuerzo para el resultado final y pensaba en tantos supuestos escritores que publican libros como churros y le sacan a esa actividad un rendimiento económico inversamente proporcional al de sus esfuerzos. En realidad, ya que no escibo por dinero, al menos lo hago por el placer de investigar y de aprender, pero este libro ya no me reportaba placer alguno al respecto. Es probable que pocas cosas conlleven tanto trabajo y se vean menos que una edición escolar de un autor. La codirectora de la colección, María Jesús Pérez Ibáñez, ha mostrado una paciencia casi infinita con mis hábitos de trabajo y mi propia falta de paciencia, pues más de una vez yo le había declarado mi propósito de abandonar la empresa, y mi estancia en Bérgamo se correspondía con una de esas etapas de desesperación. Hoy, cuando corrijo al fin las pruebas de imprenta, pienso de manera retrospectiva en aquella noche fría, donde la emoción de una ciudad nueva y de pisar otra vez Italia quedaba enturbiada por una sensación de desasosiego. Sin embargo, no por tener más años uno deja de aprender que el buen hacer de algunas personas no tiene nada que ver con la vanidad o el dinero. Esa honestidad por el trabajo bien hecho es algo que se aprende o no se aprende, es cierto, pero no deja de ser, en su discreción, una virtud admirable. En algún momento habrá que volver a Italia para visitar (ahora sí) Como, y saludar a Plinio el Joven con los deberes bien acabados. FRANCISCO GARCÍA JURADO

2 comentarios:

Javier Flores dijo...

"(...)pensaba en tantos supuestos escritores que publican libros como churros y le sacan a esa actividad un rendimiento económico inversamente proporcional al de sus esfuerzos." No puedo estar más de acuerdo. Enhorabuena, y muchas gracias.

Ricardo Signes dijo...

Esa desesperación por tanto esfuerzo y la rabieta consiguiente son actitudes que me despiertan hacia usted gran simpatía. El trabajo, el rigor y la pasión por lo que se hace se han convertido en los rasgos de los otros indignados. "Maculatura" es la palabra que utilizan los rusos para designar a esos libros-churros, abundantes y aceitosos. Negarse a incrementar tal bollería literaría vale por toda una declaración de intenciones.
Saludos.
(Y ya nos dirá en qué editorial podemos leer su edición de las cartas de Plinio)