Cuando en 1592 fallece Montaigne, alguien de su familia encarga que se le haga una tumba digna de un gran señor. Así es como vemos, inusitadamente a Montaigne, vestido con armadura, y tan lejano a la impronta que nos dejan otras estatuas suyas, como la de París o Burdeos. El destino de la tumba va a ser el convento de Feuillants, en la ciudad de Burdeos. La gloria del enterrado ha sido, por lo que parece, más indeleble que la del convento que lo acogió, ya que a finales del siglo XIX terminó constuyéndose sobre su ruinas la Facultad de Letras y Ciencias de Burdeos. Montaigne vio entonces cómo su eterno descanso quedaba convertido en un constante trasiego de jóvenes estudiantes que no eran capaces de reconocer en aquel rancio caballero yacente al autor de los Ensayos. Como el destino nunca se cansa de gastarnos sus bromas, la Facultad pasó a ser con el tiempo el Museo de Arqueología, ahora Museo de Aquitania, donde los estudiantes se han trocado por los visitantes escolares y los turistas. Hoy día podemos encontrarnos con la tumba de Montaigne en las salas dedicadas al Burdeos del siglo XVI, donde, si bien ha perdido la dignidad del enterramiento religioso, ha ganado al menos la posibilidad de quedar situado correctamente en un tiempo y un espacio que el mundo laico del siglo XIX convirtió en eso que friamente llamanos historia. FRANCISCO GARCÍA JURADO
miércoles, 15 de junio de 2011
LA PARADÓJICA TUMBA DE MONTAIGNE
Cuando en 1592 fallece Montaigne, alguien de su familia encarga que se le haga una tumba digna de un gran señor. Así es como vemos, inusitadamente a Montaigne, vestido con armadura, y tan lejano a la impronta que nos dejan otras estatuas suyas, como la de París o Burdeos. El destino de la tumba va a ser el convento de Feuillants, en la ciudad de Burdeos. La gloria del enterrado ha sido, por lo que parece, más indeleble que la del convento que lo acogió, ya que a finales del siglo XIX terminó constuyéndose sobre su ruinas la Facultad de Letras y Ciencias de Burdeos. Montaigne vio entonces cómo su eterno descanso quedaba convertido en un constante trasiego de jóvenes estudiantes que no eran capaces de reconocer en aquel rancio caballero yacente al autor de los Ensayos. Como el destino nunca se cansa de gastarnos sus bromas, la Facultad pasó a ser con el tiempo el Museo de Arqueología, ahora Museo de Aquitania, donde los estudiantes se han trocado por los visitantes escolares y los turistas. Hoy día podemos encontrarnos con la tumba de Montaigne en las salas dedicadas al Burdeos del siglo XVI, donde, si bien ha perdido la dignidad del enterramiento religioso, ha ganado al menos la posibilidad de quedar situado correctamente en un tiempo y un espacio que el mundo laico del siglo XIX convirtió en eso que friamente llamanos historia. FRANCISCO GARCÍA JURADO
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