jueves, 21 de febrero de 2013

"Todas las cosas que merecen lágrimas". Borges y Virgilio

Caben muchas aproximaciones a ese universo literario que algunos llaman "J.L. Borges". Una de ellas, y sumamente atractiva, es tratar acerca de su Eneida. Al igual que Pierre Menard quiso ser "autor del Quijote", Borges pretendió en cierto momento ser "autor de la Eneida", y en esto siguió los pasos inmortales de Dante. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE

Los borgesianos, tanto argentinos como españoles, recibimos en los años ochenta del pasado siglo XX una grata sorpresa. Había aparecido en los quioscos de prensa la “Biblioteca Personal Jorge Luis Borges”, una variada colección que proyectaba publicar cien volúmenes básicos donde pudieran encontrarse las principales lecturas que más habían influido en el autor argentino. La colección ofrecía dos tesoros: de una parte, el de los prólogos escritos por Borges, textos que han terminado constituyendo un libro en sí mismo (Miguel García Posada selecciona este conjunto de prólogos como modelo de crítica en su obra titulada El vicio crítico) . Ahora bien, más allá de los prólogos escritos especialmente para esta “Biblioteca personal”, llenos de claves de lectura, está la de la propia materialidad de los libros que constituyen la valiosa colección. La biblioteca se publicó primero en Argentina, entre 1985 y 1986, y luego en España, entre 1987 y 1988. La muerte de Borges, acaecida el 14 de junio de 1986, hizo imposible que pudiera desarrollarse el proyecto completo. No obstante, los tomos negros y uniformes que llevan en su lomo la efigie de Borges se convirtieron hace ya mucho tiempo en paraíso de lecturas esenciales (Meyrink, Machen, Schwob...). Cabe destacar en esta feliz selección de obras la inclusión de la Eneida. La traducción elegida fue la de Eugenio de Ochoa (cuya primera edición es de 1869), traducción decimonónica en prosa, que ha venido a ser un tanto la versión castellana por excelencia, entre otras cosas, porque ya no tiene que rendir cuentas a los derechos de autor. Borges, al contrario de lo que expresó sobre las versiones de Homero o de Las mil y una noches, no se pronuncia casi nunca acerca de la traducción de la Eneida, ya que pudo acceder a ella en su lengua original, seguramente desde los tiempos escolares. No es desdeñable el hecho de que después la fuera encontrando también, citada o entrevista, en otros textos modernos, como la Comedia de Dante, la Autobiografía de Edward Gibbon o incluso algún moderno relato gótico, en especial Melmoth el errabundo, de Charles Maturin. Quizá no pudo leer la obra de Virgilio al completo en latín, pero sí supo extraer un compendio de versos verdaderamente selecto de los que se apropió y que retuvo a lo largo de toda su vida. Aquí está la clave de esta lectura, donde no importa tanto la extensión de lo leído como su intensidad. En este sentido, debe destacarse la exquisita enumeración de versos virgilianos que hace en el propio prólogo a la Eneida de la citada “Biblioteca personal”. Como luego veremos, no es una compilación casual:

“Virgilio no nos dice que los aqueos aprovecharon los intervalos de la oscuridad para entrar en Troya, habla de los amistosos silencios de la luna. No escribe que Troya fue destruida, escribe “Troya fue”. No escribe que un destino fue desdichado, escribe “De otra manera lo entendieron los dioses”. Para expresar lo que ahora se llama panteísmo nos deja estas palabras: “Todas las cosas están llenas de Júpiter”. Virgilio no condena la locura bélica de los hombres, dice “El mal del hierro”. No nos cuenta que Eneas y la Sibila erraban solitarios bajo la oscura noche entre sombras, escribe:

Ibant obscuri sola sub nocte per umbram

No se trata, por cierto, de una mera figura de la retórica, del hipérbaton; solitarios y oscura no han cambiado su lugar en la frase; ambas formas, la habitual y la virgiliana, corresponden con igual precisión a la escena que representan.”

(“Publio Virgilio Marón. La Eneida”, en Biblioteca Personal [Obras Completas IV, Barcelona, 1996, p. 521])



FRANCISCO GARCÍA JURADO

1 comentario:

Error de portugués dijo...

Siempre es interesante recuperar a Borges. Sobre todo al último, que nos permite verlo en perspectiva. Porque él, como todos, ha recorrido un camino de varias décadas, fue y volvió sobre sus pasos y en algunos casos marcó nuevos caminos, jugó una rayuela cortazariana. Siempre con originalidad.
Puntualmente, estaba pensando en esa descripción que dio de sí mismo: un conforme y agradecido lector. Al margen de las virtudes de la trama y su narración, no es esto lo que había sugerido con el concepto de su Libro de Arena. Aquél era un volumen infernal, que suponía la pesadilla de un texto que no nunca terminaba, como radicando la importancia que en la vida tiene un libro en el hecho de completar su lectura. Raro imaginar que viera a un volumen infinito como objeto maldito, siendo él un “conforme y agradecido lector”, alguien que maldijo magistralmente a la ceguera (en su Poema de los dones) por impedirle completar la lectura de los volúmenes que lo rodeaban.
Los Conjurados marca un nuevo registro en su literatura. En principio, se anima a tutear al lector, a tutearnos, a dejarle legados finales. Y modifica, de modo sutil y hermoso, muchas afirmaciones de hierro realizadas años antes en libros y entrevistas.
Con la Biblioteca Personal ocurre, me parece, algo parecido. De alguna manera, Borges hace de ese libro su legado. Y resulta éste una especie de Libro de Arena, que de algún modo incluye a todos los libros. Como sus admiradas Las Mil Noches y Una Noche (así, creo, lo escribía) o La Biblia, que no en vano lleva ese nombre.
En esos escritos del final, sencillos pero sustanciosos, cálidos de tan hermosos, nos enseña lo que tanto pregonó: que al cabo de una vida, se puede aprender el difícil arte de comunicarse con los demás.
Esto tiene que ver, creo, con la recuperación de ciertas formas vinculadas a lo esencial, que los clásicos como Virgilio tenían bastante en claro. Pero ese será tema, imagino, de un próximo artículo, que esperamos leer.