Ayer, di una clase que me ha costado preparar al menos 25 años. En la bonita asignatura titulada "Roma imaginada", concretamente dentro del tema dedicado a Roma en la prensa escrita, quise ofrecer en clase un particular recorrido por la literatura latina: mi manual era una carpeta repleta de artículos de prensa. No sólo era la literatura latina, sino también el afán recopilador, la pasión por saber y vivir, a la que no renuncio. (en la fotografía, una vista de la ciudad de Bolonia) POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
A mi grupo de "Roma imaginada", en la espera de que alguna vez estas personas jóvenes y felices sean conscientes de todo lo que hicimos en aquel curso 2012-2013.
Cuando lo anecdótico o circunstancial, en este caso unos pobres recortes de prensa, se convierte en un inesperado argumento es, seguramente, cuando comenzamos a darnos cuenta de que nuestra vida esconde un sentido peculiar que no desciframos hasta pasado el tiempo. Aquellos recortes que llevé a la Complutense una mañana de diciembre eran parte de mi vida, de vivencias a menudo felices. Entre otras, cómo olvidar el artículo que el gran Ettore Paratore escribió sobre Horacio en 1992, y que me encontré, precisamente, volviendo a España desde Milán, en la revista de una compañía aérea italiana. En un lugar donde uno sólo espera encontrar los abalorios al uso de este tipo de publicaciones (los rutinarios Rólex, los palos de Golf, o estrafalarios gustos de lo que se supone que es la buena vida) me encontré el artículo titulado "Tra una satira e un'epistola". Volvía cargado con la propia edición de Plauto del mismo Paratore, los cinco tomos que había encontrado en una tienda de periódicos al lado del mismo colegio donde me hospedaba (con el precioso nombre de I Poeti) en Bolonia. También mostré en clase el artículo que apareció en el diario El País sobre el bimilenario de Virgilio (28 de marzo de 1981, ahí es nada), con una semblanza de Luis Antonio de Villena. Llamó la atención un artículo sobre el pintor Guillermo Pérez Villalta, quien afirmaba haber leído a Ovidio (con toda seguridad las Metamorfosis, pero quizá también el Ars Amatoria) en los tiempos cándidos y ahora irreconocibles de la llamada "movida". Es uno de mis propósitos poder dirigir una tesis doctoral sobre el valor que la cultura del mundo grecorromano tuvo durante los felices años 80 del pasado siglo XX. La posible correspondencia de San Pablo y Séneca motivaba un artículo del diario El Mundo (domingo 24 de octubre de 1999), y nada menos que Francisco Ayala escribía acerca de una relectura del Satiricón de Petronio en El País del 27 de junio de 1995. Entre otros artículos, recordé con especial cariño el que Joan Perucho escribió para el ABC cultural con el título de "Los viñedos del poeta Ausonio". Fue el 10 de marzo de 1995, y todavía pude leerlo junto a mi padre. El tiempo ha pasado irremediablemente, como diría un antiguo poeta, pero ha quedado cierta conciencia de lo vivido. Cuando toca a su final la última de las novelas de "A la búsqueda del tiempo perdido", el personaje protagonista de Proust encuentra felizmente las claves de su vida gracias a una asociación circunstancial de cosas (simplemente, vuelve a tener una misma sensación que hacía años había sentido mientras degustaba una madalena). No en vano, esta última novela se titula "El tiempo recobrado". FRANCISCO GARCÍA JURADO
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