sábado, 28 de mayo de 2016

Cuando queríamos ser Umberto Eco

Todavía recuerdo el "fervor intelectual" que presidía los kioskos de prensa en la honorable ciudad de Bolonia a comienzos de los años 90 del siglo XX. Libros de Umberto Eco, traducciones al italiano de Fernando Savater y no sé cuántas cosas más. La Carta a la felicidad de Epicuro fue un "best seller" por aquel lugar y por aquel entonces (no es una ironía, fui testigo de ello) en una de esas ediciones de "mil liras" gracias a su paganizante introducción. Hasta pude ver una clase sobre Gracián dentro de un curso de verano emitido por el segundo canal de la televisión española. Durante aquellos días que tenían como música de fondo las canciones de Battiato todos quisimos ser Umberto Eco. Entonces tan sólo intuíamos las mentiras que escondían la cultura disfrazada de "mass media". POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE 

Para mi colega y amigo Juan J. Cienfuegos, a quien sin duda le gustará este blog

Cada vez estoy más convencido de que una de las cosas que nos separan a los seniores de los jóvenes es la noción de lo inefable. Sí, de lo inefable, de esos resquicios de la realidad que apenas pueden describirse, pero que forman parte de los mecanismos internos de la vida. Hay un tiempo de creer, y otro de descreer (adopto tono bíblico y sentencioso). Hay un tiempo donde pensamos que simplemente nuestra valía nos llevará hasta donde queramos, y que alguien "desconocido" llamará a nuestra puerta o teléfono por el mero hecho de ser quienes somos. Pero la vida va en serio y las cosas no son tan sencillas. Los matices, las afinidades, aquello que hace que seamos amigos de unos y no de otros, que estemos aquí y no allí, van trazando caminos no escritos por los que no es fácil transitar. Hay un momento donde la ingenuidad ya no nos es perdonable. Sin política a varios niveles (incluso con ella) no es posible traspasar ciertos límites.

Por ejemplo, una de las claves básicas para movernos en la vida es saber que los premios (me refiero a los gordos, los que dan dinero) no existen. Hace un tiempo quise presentar una monografía que había coordinado para el premio de una sociedad. Al margen de las reacciones a veces adversas de algunos socios a los que requerí su apoyo alguien vino a decirme que aquel premio "estaba pensado" ya para dárselo a un historiador. Casi pregunto a esa persona que, entonces, por qué coño (con perdón) se hacía el paripé de convocar el premio. No formulé la pregunta porque sabía que hacerla era un acto de ingenuidad ya imperdonable a mi edad.

Estos días se ha concedido el premio Princesa de Asturias a la clasicista británica Mary Beard. Conste que me parece una persona admirable e impar que, entre otras cosas, tiene la suerte de ser británica y dar clase en la honorable universidad de Cambridge. Mi amigo Juan J. Cienfuegos se preguntaba estos días en facebook por qué no se le había dado el premio al profesor Juan Gil o, tratándose ya de gente de fuera, al profesor Michael von Albrecht, egregios latinistas ambos. Recuerdo también que hace unos meses votamos en mi departamento complutense a favor de la candidatura del helenista Luis Gil. Ya sabía yo que aquella candidatura caería en saco roto, al igual que en el caso supuesto de los dos latinistas ya citados, pues ninguno daría el "lustre mediático" que Mary Beard proporciona.

Que cómo se pasa al lado mediático, me preguntarán algunos. Ya hay guardianes con nombre y apellido que, dentro de los grandes medios de comunicación están encargados de negar el pan y la sal a cualquier advenedizo que ose ir "más allá" de lo que le corresponde. La "fama" no es gratuita, en ningún sentido. Razones políticas, profesionales y vanidades varias convierten en una hazaña casi imposible ir más allá de nuestras invisibles fronteras. Ante todo, como digo, se trata de un código no escrito. El caso es que sólo unos elegidos nacen o se hacen para ser los "reyes" de ese mambo que llamamos la cultura oficial (cada vez más reducida y prostituida). El resto, por bueno que sea, se queda en el mero reconocimiento de sus colegas más cercanos.

El mundo es así. Ahora vuelvo la mirada con nostalgia a aquellos años juveniles de mi estancia en Bolonia. Mi compañero de residencia era alumno de Umberto Eco. Me dijo que si quería conocerlo, dado que entonces daba clase allí, debía tener algo que contarle, pues no concedía audiencias como el Papa. Decidí que no iría a visitar a Umberto Eco, y ya intuí entonces que yo estaba "fuera". Aquellos intelectuales, gracias a sus estrechos círculos de amistades, inauguraron el género mediático, hecho que también tuvo su eco en España. Luego fueron entrando también en el circo pseudointelectuales de pelaje diverso. En fin, el mundo es así, tan así que ninguno de los tres autores citados jamás será premio Princesa de Asturias porque hay unas leyes no escritas que lo impiden, tan reales como irreales resultan ahora aquellos mis sueños. FRANCISCO GARCÍA JURADO


1 comentario:

Elena dijo...

Qué texto tan interesante, tan preciso y tan apasionado. Tristemente, tienes razón, aunque creo que has omitido un parámetro importante para adquirir fama y llegar a ser mediático: la capacidad divulgadora. Mary Beard o Savater son grandes divulgadores. Hasta donde yo sé, Sagan no hizo ningún descubrimiento astrofísico relevante, pero adquirió fama y presencia mediática gracias a su admirable talento para la divulgación. Creo que el caso de Eco es más complejo y extraordinario, pues, en mi opinión, ni siquiera sus historias de la fealdad y de la belleza son divulgativas, menos aún algunos de sus ensayos sobre semiótica, algunos de los cuales, aun siendo sutilísimos y de lectura nada fácil, se han difundido mucho más allá de la estrechez habitual de los cauces de la filología académica (lo digo sin la menor crítica a estos últimos). Eco se hizo novelista, pasó de la filología a la creación y eso lo cambió todo. Fue como atravesar uno de esos espejos que tanto obsesionaban a su admirado Borges. "El nombre de la rosa", en mi opinión justamente, le convirtió en un personaje popular, y lo que pudo haber de circo, si es que lo hubo, vino de los excesos de otros, no de los suyos. En cualquier caso, yo venía precisamente -siento el retraso- a darte el pésame por Eco, cuya lectura siempre me llevará a ti por multitud de razones (una entrevista que nos pasaste en clase, borgianismos varios, la filología como algo emocionante, la Antigüedad en cada rincón de nuestras vidas, el rigor, la belleza...).