Hace dos semanas que he comenzado a impartir un curso sobre Ovidio en la Complutense, donde estamos traduciendo y comentando textos bellísimos y fundamentales del libro primero de sus Amores. Expreso a mis alumnos que estas clases deben servir para algo más que para aprobar un examen, que Ovidio es un poeta universal (y este calificativo lo pongo por delante incluso de "latino" o "clásico"), y pretendo que la lectura de sus poemas les enseñe algo útil para la vida, para su propia visión del mundo. No en vano, al plantear a Ovidio de esta manera, me ha venido a la memoria un texto de Clarín donde nos habla de su maestro Alfredo Adolfo Camús como inolvidable profesor de literatura latina. Los clásicos, Plauto en especial, eran para Camús sus contemporáneos, y no ponía fronteras a sus clases de literatura griega y latina. Este texto debe leerse, es cada vez más necesario:
“Para el profesor de literatura clásica de la Central, Plauto es un contemporáneo; las alusiones del poeta, para nosotros oscuras muchas veces, son transparentes para Camús; así no os extrañe que mientras los demás bostezan oyendo a Sosias o a Demeneto, él sonría con malicia y guiñe el ojo a Cañete, v. gr., que se quedará tan serio.
Hay dos clases de eruditos: los que aman la antigüedad en odio a lo moderno, y los que, ansiosos de conocer la belleza donde quiera que esté, se toman el trabajo de estudiar la antigüedad para conocer también sus obras notables. Camús es de estos últimos. En sus cátedras de literatura latina y de literatura griega no hay fronteras; se habla de todas las literaturas; en el examen se pregunta el argumento de El Mercader de Venecia y la intención de Atta Troll de Heine.
No ha habido afectación ni pedantería en la empresa llevada a feliz término por los discípulos del anciano ilustre; para Camús no hay más atrevimiento en resucitar a Plauto que en resucitar a Tirso. En España parece esto muy extraño, y es porque aquí los eruditos casi siempre han sido pedantes y oscurantistas; han amado lo viejo, sin entenderlo, en odio a lo nuevo; y de ahí esa protesta general de las fuerzas vivas del ingenio español contemporáneo. Por desgracia la reacción ha ido demasiado lejos, hemos corrido contra el enemigo verdadero y contra quien no lo era. Con el dómine hemos derrotado a Horacio. ¡Horacio! ¡Un poeta más moderno que muchos de los que hoy pretenden representar el lirismo del siglo! (...)” (Leopoldo Alas «Clarín», “Palique. Plauto en escena”, publicado en La Unión, nº 373, 14 de diciembre de 1879)
Hay dos clases de eruditos: los que aman la antigüedad en odio a lo moderno, y los que, ansiosos de conocer la belleza donde quiera que esté, se toman el trabajo de estudiar la antigüedad para conocer también sus obras notables. Camús es de estos últimos. En sus cátedras de literatura latina y de literatura griega no hay fronteras; se habla de todas las literaturas; en el examen se pregunta el argumento de El Mercader de Venecia y la intención de Atta Troll de Heine.
No ha habido afectación ni pedantería en la empresa llevada a feliz término por los discípulos del anciano ilustre; para Camús no hay más atrevimiento en resucitar a Plauto que en resucitar a Tirso. En España parece esto muy extraño, y es porque aquí los eruditos casi siempre han sido pedantes y oscurantistas; han amado lo viejo, sin entenderlo, en odio a lo nuevo; y de ahí esa protesta general de las fuerzas vivas del ingenio español contemporáneo. Por desgracia la reacción ha ido demasiado lejos, hemos corrido contra el enemigo verdadero y contra quien no lo era. Con el dómine hemos derrotado a Horacio. ¡Horacio! ¡Un poeta más moderno que muchos de los que hoy pretenden representar el lirismo del siglo! (...)” (Leopoldo Alas «Clarín», “Palique. Plauto en escena”, publicado en La Unión, nº 373, 14 de diciembre de 1879)
Francisco García Jurado
H.L.G.E.
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