La reciente visita a las ruinas de Cartago resultaron una ocasión excepcional para pensar en varios tiempos, incluso en tiempos posibes que no han tenido lugar. Ya sabía que de los yacimientos púnicos apenas había quedado rastro. Las ruinas más notables son las que se corresponden con las termas de Antonino, del siglo II de nuestra era. Mucho tiempo, pues, queda enterrado bajo estas ruinas, desde los míticos episodios de la reina Dido hasta la bulliciosa África del siglo II después de Cristo. Las guerras púnicas fueron la mayor expresión del desprecio que cartagineses y romanos sentían mutuamente. Ambos eran imperios destinados a la aniquilación del enemigo o a su desparición a manos de éste. Los poetas atribuyeron esta animadversión al momento en que Eneas decidió partir de Cartago, abandonando así a Dido, y al suicidio consiguiente de la reina desolada. Pero también pensé en la posibilidad de que hubieran sido los púnicos los vencedores. Esta reflexión me llevó inesperadamente a Borges, que habla a menudo en su obra sobre la épica desde aproximaciones variadas. Quizá, la más asombrosa es la de la Eneida o Anti-Eneida posible que hubiera tenido lugar de haber resultado vencedores los cartagineses en las Guerras Púnicas, y que él plasma en una ficticia tablilla encontrada por los arqueólogos:
“... Es la hora sin sombra. Melkart el Dios rige desde la cumbre del mediodía el mar de Cartago. Aníbal es la espada de Melkart.
Las tres fanegas de anillos de oro de los romanos que perecieron en Apulia, seis veces mil, han arribado al puerto.
Cuando el otoño esté en los racimos habré dictado el verso final.
Alabado sea Baal, Dios de los muchos cielos, alabada sea Tanith, la cara de Baal, que dieron la victoria a Cartago y que me hicieron heredar la vasta lengua púnica, que será la lengua del orbe, y cuyos caracteres son talismánicos.
No he muerto en la batalla como mis hijos, que fueron capitanes en la batalla y que no enterraré, pero a lo largo de las noches he labrado el cantar de las dos guerras y de la exultación.
Nuestro es el mar. ¿Qué saben los romanos del mar?
Tiemblan los mármoles de Roma; han oído el rumor de los elefantes de guerra.
Al fin de quebrantados convenios y de mentirosas palabras, hemos condescendido a la espada.
Tuya es la espada ahora, romano: la tienes clavada en el pecho.
Canté la púrpura de Tiro, que es nuestra madre. Canté los trabajos de quienes descubrieron el alfabeto y surcaron los mares. Canté la pira de la clara reina. Canté los remos y los mástiles y las arduas tormentas...
Berna, 1984.”
“... Es la hora sin sombra. Melkart el Dios rige desde la cumbre del mediodía el mar de Cartago. Aníbal es la espada de Melkart.
Las tres fanegas de anillos de oro de los romanos que perecieron en Apulia, seis veces mil, han arribado al puerto.
Cuando el otoño esté en los racimos habré dictado el verso final.
Alabado sea Baal, Dios de los muchos cielos, alabada sea Tanith, la cara de Baal, que dieron la victoria a Cartago y que me hicieron heredar la vasta lengua púnica, que será la lengua del orbe, y cuyos caracteres son talismánicos.
No he muerto en la batalla como mis hijos, que fueron capitanes en la batalla y que no enterraré, pero a lo largo de las noches he labrado el cantar de las dos guerras y de la exultación.
Nuestro es el mar. ¿Qué saben los romanos del mar?
Tiemblan los mármoles de Roma; han oído el rumor de los elefantes de guerra.
Al fin de quebrantados convenios y de mentirosas palabras, hemos condescendido a la espada.
Tuya es la espada ahora, romano: la tienes clavada en el pecho.
Canté la púrpura de Tiro, que es nuestra madre. Canté los trabajos de quienes descubrieron el alfabeto y surcaron los mares. Canté la pira de la clara reina. Canté los remos y los mástiles y las arduas tormentas...
Berna, 1984.”
(“Fragmentos de una tablilla de barro descifrada por Edmund Bishop en 1867”, en Los conjurados [O.C. III, p. 468])
El relato, que recurre a metáforas guerreras, como la de condescender a la espada, alude, sin nombrarla, a la desafortunada reina Dido (“Canté la pira de la clara reina”) y crea, ante todo, el desasosiego de un mundo creíble cuya existencia dependió tan sólo de la suerte de una guerra. La reflexión sobre la épica y el destino lleva a Borges también a tornar de épico en trágico el poema de la Ilíada. Así lo vemos en estas palabras de su Arte Poética, cuando nos habla de la poca importancia que tienen las intenciones del poeta frente a lo que cuenta:
“Pero quizá (puede que ya lo haya dicho antes, estoy seguro), quizá las intenciones del poeta carezcan de importancia. Lo que hoy importa es que, aunque Homero creyera que contaba esa historia, en realidad contaba algo mucho más noble: la historia de un hombre, un héroe, que ataca una ciudad que sabe que no conquistará nunca, un hombre que sabe que morirá antes de que la ciudad caiga; y la historia aun más conmovedora de los hombres que defienden una ciudad que ya está en llamas. Yo creo que éste es el verdadero tema de la Ilíada.”
(Arte Poética, pp. 62-63)
El relato, que recurre a metáforas guerreras, como la de condescender a la espada, alude, sin nombrarla, a la desafortunada reina Dido (“Canté la pira de la clara reina”) y crea, ante todo, el desasosiego de un mundo creíble cuya existencia dependió tan sólo de la suerte de una guerra. La reflexión sobre la épica y el destino lleva a Borges también a tornar de épico en trágico el poema de la Ilíada. Así lo vemos en estas palabras de su Arte Poética, cuando nos habla de la poca importancia que tienen las intenciones del poeta frente a lo que cuenta:
“Pero quizá (puede que ya lo haya dicho antes, estoy seguro), quizá las intenciones del poeta carezcan de importancia. Lo que hoy importa es que, aunque Homero creyera que contaba esa historia, en realidad contaba algo mucho más noble: la historia de un hombre, un héroe, que ataca una ciudad que sabe que no conquistará nunca, un hombre que sabe que morirá antes de que la ciudad caiga; y la historia aun más conmovedora de los hombres que defienden una ciudad que ya está en llamas. Yo creo que éste es el verdadero tema de la Ilíada.”
(Arte Poética, pp. 62-63)
FRANCISCO GARCÍA JURADO
H.L.G.E.
1 comentario:
Leyendo esta entrada del blog me he acordado de un cuento de Borges que habla también sobre "lo que pudo haber sido de... y no fue". No recuerdo el título exacto, pero trata sobre un encuentro ficticio con Lugones; el olvido y la confusión provocados por el paso del tiempo sitúan frente a frente -cuando nunca lo estuvieron- a Borges y Lugones.
¡Quién sabe si algún día, por un simple descuido de la memoria, Cartago pasará a ser la vencedora, y Roma la vencida!
Un saludo
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