Curiosamente, el mismo año en que Huysmans publica su novela Al revés, en 1884, se descubre el fascinante e ingenuo texto del Itinerarium Egeriae, un viaje a Tierra Santa narrado graciosamente por una mujer, posiblemente una monja, que vivió en el siglo IV y que atrajo poderosamente la atención del escritor catalán Joan Perucho. Éste al igual que Álvaro Cunqueiro, se dedicó a escribir sugerentes fabulaciones en una época en que los gustos imperantes se decantaban por la novela social. Joan Perucho ha hecho de los libros que pueblan su gran biblioteca el universo de sus motivos literarios, y, a tenor de la lectura de su obra, podemos adivinar que en ella no faltan ni los autores clásicos y universales, como Homero y Virgilio, ni aquellos que hemos de denominar, con Rubén Darío, “raros”, tales como los autores de la Patrística, o los libros medievales. Como él mismo declara, es “un aficionado a las lecturas, intensamente poéticas, de las primitivas historias cristianas, como las que se pueden encontrar en «La leyenda áurea», de Jacobo Vorágine, llenas de un primitivismo ingenuo y sabroso”[1]. En este sentido, nos parece bastante relevante su interés por el viaje de Egeria a Tierra Santa, que en la ficción erudita de Perucho ha quedado convertida en dama, y de quien ha narrado un idilio apócrifo con un caballero bizantino llamado Kosmas, por lo demás notable conocedor de las letras latinas cristianas[2]. Veamos uno de los textos donde Perucho nos habla de Egeria:
“Nadie conocía la existencia de Egeria antes de 1884, año en el que fue descubierta por Gian Francesco Gamurrini, el cual dio su noticia, pero identificándola erróneamente con Santa Silvia. Gamurrini publicó la narración escrita por Egeria y la llamó Peregrinatio ad sancta loca. Después, una vez descartada Santa Silvia, vino el lío de los nombres: ¿Egeria, Eteria? De la carta de San Valerio del Bierzo (si es la misma Egeria) se deducía que era galaica y no de Narbona, y del “extremo litoral del mar Océano”. Dom Ferotin, la mejilla apoyada en la palma de la mano, escudriñaba los detalles y escribía (1903) en honor de la “bienaventurada Egeria” (...).
La relación del viaje de la dama Egeria no nos ha llegado completa. No sabemos el itinerario que hizo exactamente desde España, para ir y venir de Constantinopla, pero nos detalla los viajes al Sinaí, al monte Nebón, a Cárneas, a Mesopotamia. Nos lo cuenta con un lenguaje delicado y fascinante, primitivo y refinado a un tiempo, que produce un gran atractivo sobre filólogos y latinistas. Así como se sabe que el poeta de Boewulf no desconocía la Eneida, es posible que la autora de la Peregrinatio, además de conocer la Vulgata, de San Jerónimo, escrita en el mismo siglo (382), o de San Juan Crisóstomo, conociera también a Herodoto o la Anábasis (...).
Egeria era una dama muy principal, pues aparte de su nombroso cortejo y de los gestos que representaba este viaje, no había ciudad o monasterio que no la saliesen a recibir los monjes o soldados (...)
Todo el libro es un misterio iluminado, deslumbrante. En el Sinaí, cuando Egeria llega al sitio de la Zarza ardiendo, comulga, después de ser recibida por los monjes, y lee el pasaje del libro de Moisés[3]. La región era un lugar de eremitas. Seguro que les cantaban, bajo el cielo azul, una escuadrilla de aves mecánicas bizantinas inflamadas de entusiasmo (...).
Continúa el viaje. En Tierra Santa le acompaña la sombra de Santa Helena, madre de Constantino, rebuscando en el Gólgota, la Cruz. Visita el Anástasis, el Martyrium (edificado por aquellos días, según Eusebio de Cesárea), y describe la liturgia hagiopolita con el Leccionario Armenio. De regreso a Constantinopla cruza la Capadocia (con las iglesias excavadas y pintadas), la Galacia y la Bitinia, y debió pasar por Cesarea, Nicomedia y Calcedonia, donde veneró el martyrium de Santa Eufemia, y «tenía la intención de llegar hasta Asia, es decir, a Éfeso, al efecto de poder orar ante el martyrium del santo y bienaventurado apóstol Juan».
Falsa es la hipótesis de su amor por el caballero Kosmas y su desaparición dentro de un códice (que llegó a pertenecer a san Braulio de Zaragoza) por el maleficio del demonio tartamudo Arnulfo. Según la historia apócrifa, deshecho ya el maleficio, Egeria asistió, en su muerte, a Kosmas, también acompañado por el autómata Arquímedes II y un ruiseñor.”[4]
“Nadie conocía la existencia de Egeria antes de 1884, año en el que fue descubierta por Gian Francesco Gamurrini, el cual dio su noticia, pero identificándola erróneamente con Santa Silvia. Gamurrini publicó la narración escrita por Egeria y la llamó Peregrinatio ad sancta loca. Después, una vez descartada Santa Silvia, vino el lío de los nombres: ¿Egeria, Eteria? De la carta de San Valerio del Bierzo (si es la misma Egeria) se deducía que era galaica y no de Narbona, y del “extremo litoral del mar Océano”. Dom Ferotin, la mejilla apoyada en la palma de la mano, escudriñaba los detalles y escribía (1903) en honor de la “bienaventurada Egeria” (...).
La relación del viaje de la dama Egeria no nos ha llegado completa. No sabemos el itinerario que hizo exactamente desde España, para ir y venir de Constantinopla, pero nos detalla los viajes al Sinaí, al monte Nebón, a Cárneas, a Mesopotamia. Nos lo cuenta con un lenguaje delicado y fascinante, primitivo y refinado a un tiempo, que produce un gran atractivo sobre filólogos y latinistas. Así como se sabe que el poeta de Boewulf no desconocía la Eneida, es posible que la autora de la Peregrinatio, además de conocer la Vulgata, de San Jerónimo, escrita en el mismo siglo (382), o de San Juan Crisóstomo, conociera también a Herodoto o la Anábasis (...).
Egeria era una dama muy principal, pues aparte de su nombroso cortejo y de los gestos que representaba este viaje, no había ciudad o monasterio que no la saliesen a recibir los monjes o soldados (...)
Todo el libro es un misterio iluminado, deslumbrante. En el Sinaí, cuando Egeria llega al sitio de la Zarza ardiendo, comulga, después de ser recibida por los monjes, y lee el pasaje del libro de Moisés[3]. La región era un lugar de eremitas. Seguro que les cantaban, bajo el cielo azul, una escuadrilla de aves mecánicas bizantinas inflamadas de entusiasmo (...).
Continúa el viaje. En Tierra Santa le acompaña la sombra de Santa Helena, madre de Constantino, rebuscando en el Gólgota, la Cruz. Visita el Anástasis, el Martyrium (edificado por aquellos días, según Eusebio de Cesárea), y describe la liturgia hagiopolita con el Leccionario Armenio. De regreso a Constantinopla cruza la Capadocia (con las iglesias excavadas y pintadas), la Galacia y la Bitinia, y debió pasar por Cesarea, Nicomedia y Calcedonia, donde veneró el martyrium de Santa Eufemia, y «tenía la intención de llegar hasta Asia, es decir, a Éfeso, al efecto de poder orar ante el martyrium del santo y bienaventurado apóstol Juan».
Falsa es la hipótesis de su amor por el caballero Kosmas y su desaparición dentro de un códice (que llegó a pertenecer a san Braulio de Zaragoza) por el maleficio del demonio tartamudo Arnulfo. Según la historia apócrifa, deshecho ya el maleficio, Egeria asistió, en su muerte, a Kosmas, también acompañado por el autómata Arquímedes II y un ruiseñor.”[4]
La mezcla del componente erudito y fantástico (como los autómatas, que tanto nos recuerdan a los ingenios mecánicos dieciochescos) y la tradición metaliteraria que ya hemos visto en Gustave Flaubert se funden en una prosa tupida y, a la vez, intencionadamente ingenua, como si de una vida de santo tomada de la Leyenda Áurea se tratara (nos recuerda a la estética de la serie de la “Vida de Santa Úrsula”, del pintor veneciano Carpaccio, quien se inspiró precisamente en Jacobo de Vorágine).
[1] Joan Perucho, “Hagiografía y leyenda”, en La puerta cerrada, Madrid, Huerga y Fierro, 1995, p.132.
[2] “El caballero Kosmas era un erudito de la literatura latina cristiana, y un sagaz rastreador de las desviaciones heréticas. Le bastaba leer la primera línea de un tratado o de una homilía para saber si era herética o no, de tal forma que los arrianos le temían como si fuera el mismo diablo. Se carteó muchísimo con san Leandro y con san Isidoro de Sevilla, del cual posteriormente fue secretario, proporcionando a este último mucha información recogida en sus múltiples viajes. Así, por ejemplo, le describió el pilentum y el petorritum, que eran vehículos cubiertos y de cuatro ruedas que usaban antiguamente las matronas romanas. El primero lo cita el poeta latino Virgilio, cuando dice (Eneida, 8,666) (...)”, (“Las aventuras de Kosmas”, en Las sombras del mundo, Madrid, Alianza, 1995, p.53). No sabemos si puede responder en mayor o menor medida a la figura histórica de Cosmas Indicopleustes, mercader alejandrino y luego monje, que vivió en la primera mitad del s.VI. Agradezco a Ana Jiménez Garnica el apunte de esta posibilidad.
[3] Itin.Eger. 3,5-6 Verum autem in ipsa summitate montis illius mediani nullus commanet; nichil enim est ibi aliud nisi sola ecclesia et spelunca, ubi fit sanctus Moyses. Lecto ergo, ipso loco, omnia de libro Moysi et facta oblatione ordine suo, hac sic communicantibus nobis, iam ut exiremus de ecclesia, dederunt nobis presbyteri loci ipsius eulogias, id est de pomis, quae in monte nascuntur.
[4] “Itinerarios de Oriente”, en Detrás del espejo..., pp.36-39.
[2] “El caballero Kosmas era un erudito de la literatura latina cristiana, y un sagaz rastreador de las desviaciones heréticas. Le bastaba leer la primera línea de un tratado o de una homilía para saber si era herética o no, de tal forma que los arrianos le temían como si fuera el mismo diablo. Se carteó muchísimo con san Leandro y con san Isidoro de Sevilla, del cual posteriormente fue secretario, proporcionando a este último mucha información recogida en sus múltiples viajes. Así, por ejemplo, le describió el pilentum y el petorritum, que eran vehículos cubiertos y de cuatro ruedas que usaban antiguamente las matronas romanas. El primero lo cita el poeta latino Virgilio, cuando dice (Eneida, 8,666) (...)”, (“Las aventuras de Kosmas”, en Las sombras del mundo, Madrid, Alianza, 1995, p.53). No sabemos si puede responder en mayor o menor medida a la figura histórica de Cosmas Indicopleustes, mercader alejandrino y luego monje, que vivió en la primera mitad del s.VI. Agradezco a Ana Jiménez Garnica el apunte de esta posibilidad.
[3] Itin.Eger. 3,5-6 Verum autem in ipsa summitate montis illius mediani nullus commanet; nichil enim est ibi aliud nisi sola ecclesia et spelunca, ubi fit sanctus Moyses. Lecto ergo, ipso loco, omnia de libro Moysi et facta oblatione ordine suo, hac sic communicantibus nobis, iam ut exiremus de ecclesia, dederunt nobis presbyteri loci ipsius eulogias, id est de pomis, quae in monte nascuntur.
[4] “Itinerarios de Oriente”, en Detrás del espejo..., pp.36-39.
Francisco García Jurado
H.L.G.E.
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