Cuando emprendemos un nuevo trabajo, bien un ensayo, bien un artículo, entramos en un período de incertidumbre, llenos de ilusión y expectativa, palabra que el diccionario de la Real Academia define como la "esperanza de realizar o conseguir algo". Lo que no sabemos, desde luego, es cuándo pondremos fin a la empresa emprendida. Sin haberme dado cuenta, desde hace al menos cinco años llevo estudiando el concepto de "clásico" aplicado a la literatura en sus diferentes facetas, positivas y peyorativas. El tema ya ha sido abordado por eminentes estudiosos, de entre los cuales destaco, por una cuestión de franca simpatía, el trabajo que Harry Levin, el gran comparatista de Harvard de los años 50 y 60, dedicó al asunto. El trabajo se titula "Contexts of the Classics", y sé que debia haberlo conocido antes, pero tuve noticia de él por casualidad en una librería norteamericana este mismo verano. Levin, como judío norteamericano, se asombra ante la carga fiscal que presenta el término "clásico" aplicado a la literatura, pues de "ciudadano de primer orden", es decir, con una gran solvencia económica, frente al pobre "proletarius" ("el que sólo puede aportar prole") pasa a designar a los autores literarios que resultan también más solventes. Todo esto nos lo cuenta mientras al otro lado del mundo, en la URSS, los historiadores marxistas de la vieja Roma actualizaban el sentido del término "proletarius" a la luz del materialismo dialéctico. La Guerra Fría, por tanto, tuvo también su pequeña traducción al mundo académcio de las humanidades. Por tanto, la decisión de emprender un estudio general sobre el devenir del concepto de clásico, desde su supuesto creador, Aulo Gelio, hasta nuestro más cercano Italo Calvino, ha ido madurando poco a poco y a golpe de lecturas y lecciones. Concretamente tres conferencias impartidas durante 2009, la primera en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra (una reunión de trabajo sobre bilingüismo en el mundo grecolatino), la segunda en la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense (el congreso internacional "Ciudades creativas") y la tercera en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad del País Vasco (segundas jornadas sobre "Antiguos y modernos") me han aclarado mucho las ideas para finalmente decidirme a dar el paso. En estas conferencias aprendí mucho, pues tuve que organizar los diversos materiales y, sobre todo, prestar atención a las atinadas preguntas y sugerencias de quienes me escucharon. Poco a poco se fue tendiendo el hilo invisible que ligada a Gelio, autor latino del siglo II de nuestra era, con el conocido autor italiano Italo Calvino, no en vano, creador de un inigualable libro ensayístico titulado "Por qué leer los clásicos". Asimismo, una singular casualidad me animó poderosamente a esta empresa: Gelio pensó fundamentalmente en el comediógrafo Plauto como habitante de la primera clase en una Roma ideal y literaria, e Italo Calvino creó una ciudad invisible donde se representaba a Plauto eternamente. Si en la metáfora urbana de Gelio era Plauto el ciudadano principal, en una de las ciudades invisibles de Calvino, la llamada Melania, era el espíritu del comediógrafo lo que vivía y pervivia.
Este blog ya es parte previa al proceso de redacción del trabajo que voy a emprender. Aquí, en libertad, intento trazar algunas de las claves argumentales que después utilizaré. Espero que dentro de unos meses pueda ofreceros buenas nuevas sobre esta ciudad invisible, que hoy represento aquí mediante una imagen de Harvard tras un cristal.
Francisco García Jurado
H.L.G.E.
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