Hoy domingo hemos visitado las ruinas de Itálica, en el pueblo sevillano de Santiponce. Tras estos días lluviosos hemos podido disfrutar de un día de sol, aunque las ruinas estaban encharcadas. No obstante, esto es preferible al sol ardiente del verano, pues la suave mañana invernal nos ha permitido disfrutar del recorrido sin calor sofocante. En la tienda del museo nos hemos encontrado con un libro singular, precisamente un facsímil del libro titulado “ANTIGVEDADES Y PRINCIPADO DE LA ILVSTRISSIMA CIVDAD DE SEVILLA Y CHOROGRAPHIA DE SV CONVENTO IVRIDICO, O ANTIGVA CHANCILLERIA. DIRIGIDA AL EXCELENTISSIMO SEÑOR Don Gaspar de Guzman, Conde Duque de Sanlucar la Mayor. AVTOR EL D. RODRIGO CARO, AÑO 1634. CON PRIVILEGIO. EN SEVILLA, Por Andres Grande. Impressor de Libros.” El facsímil, de la sevillana editorial Alfar, es de 1998 y reproduce el ejemplar de D. José María Vázquez Soto. El autor de la obra, Rodrigo Caro, contribuyó al mito de las ruinas de Itálica dos siglos antes que los viajeros románticos con un famoso poema que aparece reproducido a la entrada de las excavaciones (“Estos, Fabio ¡ay dolor! que ves ahora, / campos de soledad, mustio collado, / fueron un tiempo Itálica famosa; (...)”. Me ha parecido interesante utilizar este libro para comprobar sobre el terreno qué conocía nuestro polígrafo sevillano sobre Itálica en la primera mitad del siglo XVII. El anfiteatro, uno de los lugares más notables, es descrito de la manera siguiente: “A quedado todavia por reliquias de aquella antigüedad vn Amphiteatro, en Sevilla la vieja (que es vna de la[s] cosas insignes de España.) Del haze memoria Iusto Lipsio en un tratado, que escrivio de Amphiteatro.” (p. 25). En lo que respecta al teatro, dado que fue descubierto en 1937 y no comenzó a ser excavado hasta 1970, nada puede contar de él Rodrigo Caro. Por esta razón, si bien lo normal es que los antiguos autores nos hablen de monumentos que nosotros ya no podemos ver, en este caso las circunstancias se invierten. En la fotografía que me ha hecho María José ya al caer la tarde aparezco representando una sutil paradoja: leo junto al teatro de Itálica el libro de Rodrigo Caro. Él no lo conocía ni pudo verlo. En esa suerte de juego que hacemos los lectores con nuestros autores predilectos, yo leo a Rodrigo Caro imaginando cuánto le hubiera deleitado esta vista que aparece detrás de mí.
Francisco García Jurado
H.L.G.E.
Francisco García Jurado
H.L.G.E.
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