lunes, 22 de febrero de 2010

EL EXILIO Y NUESTRA DÉBIL MEMORIA: PEDRO URBANO GONZÁLEZ DE LA CALLE (Madrid, 1879-México, 1966)


Se dice que la verdadera muerte llega cuando ya no queda nadie que pueda recordarnos. Con el exilio, que no deja de ser la compleja combinación de una “vida nueva” (la que se inicia) y una “vida detenida” (la que se deja atrás) ocurre algo parecido. REDACTADO POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
Mis recientes trabajos acerca de los estudios clásicos en la Facultad de Filosofía y Letras durante los tiempos del decano Manuel García Morente me dieron a conocer a un profesor singular, el latinista Pedro Urbano González de la Calle, cuya obra científica es más que notable. Fue catedrático en Salamanca y Madrid. Perjudicado ya en su consolidación como catedrático en Madrid por personas afines al régimen de Primo de Rivera, llama la atención que la memoria de su docencia en Madrid sea hoy día inexistente. Da la sensación de que se ha levantado un muro de olvido y desconocimiento ante una parte considerable de lo que hubo antes del año 1939 en las aulas de nuestra misma facultad (la exposición reciente sobre la Facultad de Filosofía y Letras y la II República ha sido, en este sentido, una brillante excepción -en la fotografía se reproduce un detalle de los libros de la facultad dañados por las balas-). Hace poco le hemos dedicado un trabajo a llamar la atención, precisamente, sobre este hecho, y sobre la peculiar traducción que durante los primeros años 30 preparaba el mismo Pedro Urbano de una Literatura latina escrita en alemán, pero que terminó publicándose en los años 50, ya en el exilio.
Pedro Urbano González de la Calle (1879-1966) fue hijo de un importante pensador krausista, Urbano González Serrano, que había sido discípulo de Nicolás Salmerón. Pedro Urbano recibió su formación académica en Madrid, pero desde 1904 hasta 1926 fue catedrático en Salamanca, época en la que brindó su apoyo a Miguel de Unamuno tras su destitución como rector en 1914. Sus años salmantinos dan cuenta de importantes estudios sobre El Brocense y el humanismo español. En este sentido, es pertinente citar un trabajo muy tardío, fruto de una conferencia impartida ya en México en 1964, donde explica el ideal que le llevó a emprender este tipo de estudios, inspirado en la idea de progreso del propio Renacimiento frente a la Edad Media:

“La historia del humanismo español está por trazar, y la propia existencia del humanismo hispano ha sido discutida, cuando no desdeñosamente olvidada, o preterida en algunas exposiciones modernas muy consultadas por los estudiosos de la historia de la filología clásica. Los nombres de Ulrichs, Gudemann, Immisch y Sandys bastarán como dolorosos “specimina” de las omisiones aludidas. Y no se nos arguya que, en cambio, Menéndez Pelayo y Bonilla San Martín principalmente han concedido a la evocación de los humanistas hispanos fructuosas y largas vigilias y deferentísima atención. El glorioso maestro y el ilustre discípulo, famoso maestro también, han consagrado, es cierto, a los estudios del humanismo hispano serias y numerosas investigaciones, mas no creemos pecar de injustos con esos insignes doctos, afirmando que ninguno de ellos ha trazado la cardinal y característica trayectoria, seguida por los principales humanistas españoles de los siglos más fecundos y gloriosos de nuestra tradición erudita."

Esta circunstancia lo sitúa en una línea progresista de construcción e interpretación del Renacimiento hispano que hunde sus raíces en pensadores españoles del siglo anterior, como Alfredo Adolfo Camús, y cristaliza a comienzos del siglo XX en estudiosos como Paz y Meliá o Marcel Bataillon. Además de sus intereses por la historia del Humanismo, Pedro Urbano fue un excelente lingüista (así lo vemos, en parte, en algunos de los estudios compilados dentro de su libro Varia [1916]), y sus trabajos reflejan la importancia que la Estilística y la Lingüística Latina habían adquirido en los primeros decenios del siglo XX en España. En 1926 se traslada a Madrid, gracias a una excedencia como catedrático que le va a permitir desempeñar funciones de auxiliar temporal de la cátedra de Lengua y Literatura Latinas que había dejado vacante un notable latinista y estudioso de la lengua española, Julio Cejador. Continuó como auxiliar en Madrid hasta lograr el nombramiento de catedrático de Lengua y Literatura Latinas cinco años más tarde, en 1932. Precisamente, entre 1932 y 1933 tienen lugar una serie de hitos notables para la historia de la universidad española. Entre otras cosas, se erige el edificio de la Facultad de Filosofía y Letras, que viviría un corto período de esplendor bajo el decanato de Manuel García Morente. Algunos de los profesores de la facultad, como Pedro Urbano, también colaboran en el Centro de Estudios Históricos, cuya sección de clásicas dará lugar a una de las revistas más importantes de la Filología en España, Emerita. El estallido de la guerra civil española convirtió la flamante Ciudad Universitaria de la madrileña Moncloa en terrible frente de batalla, hecho que obligó a poner abrupto fin a la incipiente vida académica. Durante estos años, Pedro Urbano pasó a ejercer como decano interino en Salamanca, como profesor de Lengua y Literatura Sánscritas en Valencia y, finalmente, se trasladó a la Universidad de Barcelona, donde explicó Poesía Latina e Historia de la Filología desde el año 1937 hasta enero de 1939, fecha que marca el comienzo de su exilio. A comienzos del año 39parte para Colombia, donde imparte las cátedras de Lingüística General, Latín, Gramática Histórica del Castellano y Sánscrito en la Escuela Normal Superior de Bogotá. Simultaneó esta tarea con la de profesor encargado de Latín (1946-1948) en el Instituto de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Colombia y profesor del cuarto año de Latín del mismo instituto. En 1940 fue designado por el Ministerio de Educación Nacional de Colombia “Colaborador Técnico” del entonces Instituto Rufino José Cuervo, luego Instituto Caro y Cuervo, en el que trabajó hasta 1949. Precisamente, es como lingüista donde continuó manteniendo un ritmo de investigación excepcional hasta su cambio de residencia en México6 a finales de 1949. Afincado ya en el nuevo país, recibió en febrero de 1950 el nombramiento de investigador en El Colegio de México. En 1965 continuaba en dicha universidad, que le había encargado el curso avanzado de Sánscrito desde 1950. También a partir de 1950 fue profesor de Lingüística General e Indoeuropea en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Así las cosas, la biografía de Pedro Urbano se distribuye entre la etapa española (la salmantina y la madrileña), y la etapa americana (Bogotá y Ciudad de México), que constituye otro capítulo de la actividad investigadora de Pedro Urbano, con obras como Contribución al estudio del bogotano (1963), o Quevedo y los dos Sénecas (1965). Ya hemos dicho en otro lugar que Pedro Urbano encarna lo más granado de la Filología de su época, por su inteligencia y pulcritud. Quizá su mayor “error” biográfico fue haber nacido en España, pues en caso de haber sido francés, alemán o italiano no dudamos de que ahora figuraría entre los grandes nombres de la Filología Clásica de tales países.

Bibliografía específica:
http://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/22/TH_22_001_133_0.pdf
http://eprints.ucm.es/9168/1/el_nacimiento_de_la_filologia_clasica_en_espa%C3%B1a_revista_estudios_clasicos.pdf
http://eprints.ucm.es/9554/1/9._Cuando_el_tiempo_se_detiene_por_Francisco_Garc%C3%ADa.pdf
http://www.institucional.us.es/revistas/revistas/cuestiones/pdf/numeros/19/10Blasco.pdf

FRANCISCO GARCÍA JURADO
H.L.G.E.

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