Regreso a París esta semana, y esto me trae los gratos recuerdos de la úlitma estancia en la ciudad del Sena, cuando María José y yo fuimos a recorrer el París de Marcel Schwob, pues era el tiempo de escribir (y rematar) el libro Marcel Schwob, antiguos imaginarios, que apareció publicado en 2008. Nuestra ruta comenzó en el Instituto de Francia, donde está la inigualable Biblioteca Mazarino, que es el primer escenario de la escrtura parisina de Schowb.
Como ha dicho María José Hernández Guerrero (cuyo saber sobre el autor francés es mucho y profundo), Schwob es un escritor para escritores. Ello no obsta para que haya un verdadero goteo de libros suyos, y que la secta de Schwob sea cada vez mayor. De las interminables relaciones que Schwob mantiene con los clásicos grecolatinos quiero destacar aquí una de las más intensas, precisamente la que mantiene con la Poética de Aristóteles. Primero en el prólogo de su libro Corazón doble, y luego como uno de los ensayos reelaborados que componen Espicilegio, Schwob relee la Poética de Aristóteles en una doble clave, la del terror y la piedad. Este es uno de los párrafos iniciales de su imprevista poética:
“El corazón del hombre es doble, el egoísmo se equilibra allí con la caridad, la persona es el contrapeso de las masas, la conservación del ser cuenta con el sacrificio hacia los otros, los polos del corazón están en el fondo de mí y en el fondo de la humanidad.
Así, el alma va de un extremo a otro, de la expansión de su propia vida a la expansión de la vida de otros.” (“El terror y la piedad”, en Espicilegio, págs. 27-28)
A partir de aquí, el alma recorre el camino que va del sentimiento individualista a la conciencia de los otros:
“En ese extremo, el hombre entrevé el límite del terror, penetra en la otra mitad de su corazón, intenta representarse en los demás seres la miseria, el sufrimiento y el miedo, expulsa de sí todo terror humano o sobrehumano para conocer sólo la piedad.” (“El terror y la piedad”, en Espicilegio, pág. 29)
Hasta este momento, podemos reconocer uno de los habituales desarrollos polares de Schwob, afín, curiosamente, a lo que la lingüística estructural de Saussure afirma acerca del carácter individual y social del lenguaje, la “parole” y la “langue”. Puede que los más sagaces ya hayan intuido qué autor antiguo subyace en esta dualidad anímica constituida por el terror y la piedad, pues no es otro que Aristóteles. En todo caso, Schwob no tarda en desvelarlo:
“Los antiguos captaron el doble papel del terror y la piedad en la vida humana. El interés por las otras pasiones parecía inferior, mientras que esas dos emociones extremas colmaban el alma entera. El alma debía ser, en cierta manera, una armonía, algo simétrico y equilibrado. (...)
La purgación de las pasiones, tal como la entendía Aristóteles, esa purificación del alma no era quizá sino la calma restablecida en un corazón palpitante. Porque no había en el drama más que dos pasiones, el terror y la piedad, que debían hacerse contrapeso.” (“El terror y la piedad”, en Espicilegio, pág. 31)
“El corazón del hombre es doble, el egoísmo se equilibra allí con la caridad, la persona es el contrapeso de las masas, la conservación del ser cuenta con el sacrificio hacia los otros, los polos del corazón están en el fondo de mí y en el fondo de la humanidad.
Así, el alma va de un extremo a otro, de la expansión de su propia vida a la expansión de la vida de otros.” (“El terror y la piedad”, en Espicilegio, págs. 27-28)
A partir de aquí, el alma recorre el camino que va del sentimiento individualista a la conciencia de los otros:
“En ese extremo, el hombre entrevé el límite del terror, penetra en la otra mitad de su corazón, intenta representarse en los demás seres la miseria, el sufrimiento y el miedo, expulsa de sí todo terror humano o sobrehumano para conocer sólo la piedad.” (“El terror y la piedad”, en Espicilegio, pág. 29)
Hasta este momento, podemos reconocer uno de los habituales desarrollos polares de Schwob, afín, curiosamente, a lo que la lingüística estructural de Saussure afirma acerca del carácter individual y social del lenguaje, la “parole” y la “langue”. Puede que los más sagaces ya hayan intuido qué autor antiguo subyace en esta dualidad anímica constituida por el terror y la piedad, pues no es otro que Aristóteles. En todo caso, Schwob no tarda en desvelarlo:
“Los antiguos captaron el doble papel del terror y la piedad en la vida humana. El interés por las otras pasiones parecía inferior, mientras que esas dos emociones extremas colmaban el alma entera. El alma debía ser, en cierta manera, una armonía, algo simétrico y equilibrado. (...)
La purgación de las pasiones, tal como la entendía Aristóteles, esa purificación del alma no era quizá sino la calma restablecida en un corazón palpitante. Porque no había en el drama más que dos pasiones, el terror y la piedad, que debían hacerse contrapeso.” (“El terror y la piedad”, en Espicilegio, pág. 31)
La fuente principal queda desvelada, y ello permite, si cabe, entender mejor el desarrollo original que hace Schwob a partir de lo que dice Aristóteles sobre la catarsis del espectador de la tragedia, concretamente la purgación de ciertas afecciones mediante compasión y terror (Poética 1449b27)[1].
[1] He utilizado la excelente edición trilingüe de Valentín García Yebra: Poética de Aristóteles, Madrid, Gredos, 1999.
Francisco García Jurado
H.L.G.E.
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