Hace ya unos años, quien entonces era mi alumna de latín, Rocío Álvaro Sánchez, me informó sobre una obra muy interesante escrita por Juan Sempere y Guarinos. Se trataba, en particular, de su «Discurso sobre el gusto actual de los españoles en la literatura», que el autor había añadido a su traducción libre de la obra de Ludovico Antonio Muratori titulada Reflexiones sobre el buen gusto en las ciencias y en las artes (editado primorosamente en Madrid en la imprenta de Antonio de Sancha en 1782, en particular, el discurso de Guarinos se encuentra entre las páginas 196-291). El opúsculo de Luis Antonio Muratori sobre el “buen gusto” fue uno de los puentes intelectuales entre Italia y el reformismo hispano del siglo XVIII, precisamente a través de escritores valencianos como Gregorio Mayáns. Muratori, arqueólogo, historiador y literato, representaba el modelo ilustrado, del hombre que sabía unir la tradición humanista cristiana (Erasmo, Vives, Gracián), con los logros del empirismo y del utilitarismo. La posición católica progresista del escritor italiano refrendaba su prestigio ante los españoles cultos, y nuestra Ilustración católica, a la que pertenecía Sempere, podía disponer de sus obras libremente y beber en su sabiduría sin los peligros que comportaban otros autores más vigilados por la Inquisición. De esta forma, Sempere añade a lo que es su versión española del discurso un interesante comentario sobre la necesaria reforma de los planes de estudio. El atraso científico y el corporativismo hipertrofiado de las universidades suponían para Sempere “una barrera impenetrable al Buen Gusto y a la libertad e indiferencia con que debe estar dotado todo literato”. A ello se debe Sempere y los ilustrados en general, censores de la mala calidad universitaria, promovieran con entusiasmo cualquier otro vehículo alternativo de la formación intelectual, científica o meramente cultural, como las Academias, las Sociedades de Amigos del País o la prensa periódica. Si bien Sempere alababa la fundación de las Academias y demás “templos del saber” que se venía erigiendo desde tiempos de Felipe V, consideraba, no obstante, que el “buen gusto” de una nación no debía medirse únicamente por dichas fundaciones ni por el número de sabios que dirigen sus estudios:
"Como Felipe V mostró disposición de proteger las letras, en poco tiempo se vieron fundadas muchas academias y estudios, para todos los ramos de la literatura. La Universidad de Cervera, el Seminario de Nobles, la Compañía de Guardias Marinas de Cádiz, la Escuela de Matemáticas de Barcelona, la Sociedad de Sevilla, y las Academias Médica Matritense, y de la Historia, además de la Española, fueron establecimientos de su reinado. Todas estas fundaciones fueron muy útiles y han contribuido cada una por su parte a propagar el mejor gusto en las varias clases que han sido el objeto de su institución. Pero este medio de las academias era muy lento para que la literatura hiciera muchos progresos. Tales escuelas eran para ciertos hombres ya formados. Y aún en éstos no se podía lograr enteramente su fruto por no haber estado bien dirigidos sus primeros estudios." (Discurso..., pp. 208-209). En la segunda parte de este “Discurso”, Sempere criticó los planes de estudio habidos hasta entonces, con indicaciones de cómo habían de ser los que promoviera Carlos III. Su primera crítica iba dirigida especialmente contra los métodos escolásticos ("el desembarazado uso del ergo") (Discurso..., p.209)
El estado de las ciencias no era mejor que el de las “Buenas Letras”. En España se había perdido por completo el gusto por la Filosofía y por todas las asignaturas que la precedían. Las Matemáticas se aplicaban tan sólo en la Arquitectura, en la Náutica, por tradición, y en la Astronomía para hacer almanaques. El resto, la Geometría, el Álgebra, la Estática, la Hidrostática, la Hidráulica o la Física estaban "algunas de ellas olvidadas y las otras utilizadas para supersticiosas ideas de la Magia, encantos y hechicerías". Sempere se quejaba, además, de que las ansias de promoción y posición de la mayoría de los estudiantes supusieran un obstáculo para el desarrollo de las ciencias en España. Después continúa con la Historia, la Teología y el Derecho: para Sempere, influido por el magisterio de Mayans, la Historia y la Crítica eran inseparables. La excesiva atención en la Historia positivista había provocado, según Sempere, que se marginaran determinados aspectos esenciales de la Historia, tales como la política, el examen profundo de las causas que promovieron los hechos, la descripción de lugares, las costumbres, formas de gobierno, ciencias, comercio o artes, “sin cuyo conocimiento falta la parte más esencial de la historia de los pueblos y de los Reynos”. Adelantándose en varios siglos, Sempere nos propone un concepto de “Historia global” próximo a la escuela de Annales: los hechos son importantes, pero no tienen sentido si no se atiende al carácter del pueblo, a su organización social y política y a la geografía que determina su forma de vida. El carácter profundamente religioso de la nación española, así como la condición de ilustrado católico de Sempere, hicieron que éste prestara atención especial a la Teología. Se lamentaba Sempere de la penosa situación que la Teología y la Filosofía tenían dentro de los planes de estudio, además de la escasa calidad de las obras publicadas sobre estas disciplinas. En definitiva, el buen conocimiento de la Historia y de la Teología eran fundamentales para la formación de un buen teólogo. Sempere fue, por otra parte, el “adalid” de la difusión y estudio del Derecho propio de cada país, y lamentaba que este Derecho no se adaptara a la situación social de cada nación, y que se hubiera visto desplazado por el desmesurado interés por el Derecho Romano, “que por el transcurso del tiempo o por muchas otras causas, sus principios quedan obscuros, y muchas veces se contradicen entre sí, y tiene ciertamente menor autoridad que las del Derecho patrio”.
A nuestro juicio, uno de los aspectos más representativos del pensamiento ilustrado en este discurso son los comentarios que dedica a la enseñanza de la lengua latina y las humanidades clásicas en general, pues es aquí donde se advierte mejor que en ningún otro lugar la complejidad de las ideas ilustradas sobre la educación. Para empezar, no es en absoluto despreciable para nuestro estudio la alusión a Feijoó y a su preferencia por la lengua francesa (Feijoó, Cartas eruditas V, carta 23, Oviedo 1759 cf. C.Hernando, o.c., pp.30 y 170):
“No obstante, el P. D. Benito Jerónimo Feijoó concibió este glorioso designio. Su gran talento, su facilidad en explicarse, y en persuadir lo que quería, su estilo, su erudición, su crianza, y buen modo, a la que contribuyó mucho la nobleza de su nacimiento, sus méritos adquiridos en la esclarecida orden de San Benito, y su celo por la gloria de la religión, y de la patria, le facilitaron en algún modo la empresa de romper por todos los reparos que podían proponérsele, y darle algunas esperanzas de que no se malograrían sus deseos, y sus tareas. (...)
Esto mismo dio motivo para que se fuera extendiendo el estudio de la lengua francesa, y con ella el conocimiento de los buenos libros con que aquella sabia nación ha adelantado la literatura. Aunque al principio muchos la despreciaban, o por el desafecto a los franceses, o por la falsa persuasión en que estaban nuestros nacionales de que no había más que descubrir en las ciencias que lo que se sabía en nuestro país. Ella fue gustando poco a poco, hasta que llegó a hacerse moda, y a componer una parte de la educación de la nobleza. El padre Feijoó tenía formado un concepto tan elevado de su utilidad, que no dudó en anteponer su estudio al de la griega y demás orientales. Este honor han merecido siempre las lenguas sabias y en las que se publican obras dignas de la inmortalidad. Todos las estudian, se hace moda el saberlas, y llega a veces a tenerse por grosería el ignorarlas.” (Discurso..., pp.208-212)
Llama significativamente la atención el hecho de que Sempere no exprese juicio alguno ante esta postura de Feijoó, sobre todo si pensamos en su deseo de una buena enseñanza del latín, siguiendo una tradición hispana de grandes gramáticos humanistas, que comentaremos más adelante. El propio Sempere puede ser consciente de que esas palabras pertenecen a la propia historia de los albores de la Ilustración española. Como hace notar Luis Gil, el desinterés que por las lenguas clásicas sentía Feijoó está relacionado, curiosamente, con un complejo de inferioridad con respecto a lo español, y es propio del panorama cultural de los primeros decenios del siglo XVIII, ya que hacia la cuarta década hay un cambio sustancial en las actitudes hacia la renovación de la cultura. Es significativo, a este respecto, que el Deán Martí sí confesara su disgusto a Mayans ante el juicio superficial que Feijoó había expresado acerca de sus Epistolarum libri XII, motivado en gran parte por estar escritas en latín, lengua que no dominaba Feijoó. El hecho es que, desde el punto de vista histórico, Feijoó se inscribe en los primeros tiempos de la Ilustración, mientras que Sempere es un epígono. Si bien es verdad que la enseñanza del francés está pugnando en la práctica con la del latín, sin embargo, los asertos de Feijoó no parecen ir en contra de la consideración que por las lenguas clásicas tiene Sempere, quien hereda de sus antecesores levantinos Martí y Mayans la admiración por los ideales educativos del humanismo español:
"Juan Dulard, maestro del gran sabio Juan Luis Vives, solía decir a sus discípulos: Cuanto mejor gramático seas, tanto serás peor filósofo y teólogo. Esta máxima tan bárbara, que habían llegado por fin a desacreditarla el mismo Vives, y otros famosos españoles del siglo XVI, volvió a resucitar, y duraba en éste todavía. Yo la he oído muchas veces y he visto sujetos que han perdido mucho de su crédito, por habérseles encontrado entre las manos autores de pura latinidad, y de buen gusto.
Como el motivo porque se estudia el latín generalmente en las escuelas es para seguir después de las Facultades mayores, bien se deja conocer los progresos, que harían en esta lengua los que estaban imbuidos de aquella máxima, y maldita preocupación (...)
El gran mérito de Lebrija, Vives, el Pinciano, los Vergaras, el Brocense, Sepúlveda, Cano, Núñez, Antonio Agustín, Arias Montano, Matamoros, Perpiñán, y otros muchísimos españoles del siglo XVI, no permiten dudar la gran disposición del talento de estos, así para la lengua latina como para las orientales. El autor del Ensayo para la historia de las ciencias y artes, la reconoce, y celebra con mucha particularidad." (Discurso..., p.239)
Lo que se hace particularmente necesario es una renovación pedagógica que libre al latín de una enseñanza viciada cuyo método reduce su estudio a una tarea “estéril y fastidiosa”. La importancia de los contenidos, donde podemos ver la necesidad del estudio de la Mitología, la Historia, la Elocuencia y la Poesía, es fundamental a este respecto:
"A esta se añadía el mal método con que se enseñaba. Precisados los niños a aprender los preceptos en latín, se disgustaban luego de un estudio tan estéril, y fastidioso, y esta desazón debilitaba el ardor, y el deseo de saber que en ellos es tan natural. Reducida la enseñanza a sólo el estudio seco de las reglas y a la versión literal y servil de tal cual autor, no de los mejores, carecían de la utilidad de la Mitología, del conocimiento del oculto artificio en que consiste la belleza, y la elegancia de la lengua Latina, de la noticia de los mejores autores de Historia, de Elocuencia, y de Poesía: todo lo cual es indecible cuánta fuerza tiene para civilizar los hombres, siendo éste el motivo porque entre nosotros se llama con mucha propiedad estudio de las Humanidades." (Discurso..., pp.238-239)
Prueba de que ya estamos en otro momento de la Ilustración, lejano a los primeros tiempos de Feijoó, es que a esta recuperación pedagógica hayan contribuido, en opinión de Sempere, las obras gramaticales de dos grandes ilustrados, Mayans e Iriarte, así como los PP. Escolapios, lo que aprovecha para hacer, seguidamente, una curiosa reivindicación social de la figura del gramático:
"En estos últimos tiempos se ha pensado en restablecer estos estudios, y en corregir los abusos, que se habían introducido en su enseñanza. Se han publicado varios artes nuevos más exactos en las reglas, y más acomodados a los alcances de los niños, tales son el del señor Mayans, el de los PP. Escolapios, y el de don Juan Iriarte. Los maestros hacen uso de los mejores autores de latinidad, cuales son El Brocense, el Sciopio, Vossio, Casaubon, y otros. Buscan con la mayor diligencia los autores romanos, y griegos de las mejores ediciones. No se tiene ya este ejercicio por inferior, ni menos decente que el de las facultades mayores. Un buen latino se aprecia ahora tanto como un gran teólogo, un jurisconsulto, o un buen médico: lo cual no es pequeña prueba de que se ha adelantado entre nosotros la razón, y el gusto. El incomparable Antonio de Lebrija, no obstante que estuvo instruido en muchas ciencias, y que podía con justo motivo haberse llamado Profesor de cualquiera de ellas, antepuso y prefirió a todos los títulos con que suele gloriarse la ambición de los sabios el de Gramático. España acaba de honrar este título en la persona de don Juan de Iriarte. Después de haberle hecho los mayores honores mientras vivió, se le ha hecho lámina, se han publicado por subscripción varias obras suyas, y se tiene su memoria por uno de los monumentos más preciosos de la gloria de la nación." (Discurso..., pp.239-240)
Lo cierto es que las obras de Mayans y de Iriarte fueron fruto más que discutible de los intentos de renovación educativa de la lengua latina en la España del siglo XVIII. Lo que sí supone una verdadera revolución en la consideración del latín por parte del pensamiento ilustrado es su abandono definitivo como lengua de comunicación y para la creación literaria (actitud que ya puede rastrearse en el humanista Sánchez de las Brozas). El latín, así como el griego y el hebreo, son lenguas muertas, pero también sabias:
"Es verdad que no son ahora tan frecuentes las obras de buena latinidad como en el siglo XVI. Mas esto no es ya por falta de buenos principios, y de ilustración, sino porque la nación va conociendo, como todas las demás de Europa, que la lengua, de que debe hacerse más caso para las obras, que se consagran a la utilidad pública, es la nativa, o la del país donde se habita.
Con todo, no han faltado en este siglo quienes manifestaran que no es ajeno de nuestro suelo este género de erudición. El deán Martí, don Gregorio Mayans, el Mencionado Iriarte, y el Señor Bayer en nada ceden a aquellos famosos polígrafos de que tanto se jactan la Italia, Holanda, Francia y Alemania. Pudieran hacerse una buena colección de las Oraciones que se han dicho en las Universidades, Colegios y Academias de las Epístolas, y otras piezas menores que no desmerecerían la estimación de los sabios. El Abad Serrano, después de haber publicado en España algunas Oraciones Latinas muy bien escritas, acaba de dar a luz en Italia dos Epístolas, en las que el juicio, y la crítica compiten con la elocuencia, y la pureza del estilo." (Discurso..., p.241)
El texto de Sempere sobre el latín es, pues, el resultado de un sutil equilibrio entre las corrientes afrancesadas del pensamiento ilustrado español y las propiamente hispanas -que en algunos momentos pudieron llegar al enfrentamiento- al tiempo que podemos percibir en él la evolución de este mismo pensamiento.
No podemos hablar, en suma, de una actitud contraria al latín en la cultura hispana de la Ilustración, sino simplemente, de un cambio de actitud que se integra dentro de los deseos de reforma educativa por parte de algunos ilustrados, como fue el caso de Sempere y Guarinos. El deseo de reforma social era global, y parte de esa globalidad estaba en su anhelo de reforma educativa. Esta reforma no sólo afectaba a las lenguas sabias, sino también al estudio del Derecho, la Teología y la Historia, así como a las propias estructuras universitarias del momento. El Discurso de Sempere y Guarinos es un documento singular, dado que constituye un buen resumen de los ideales educativos del último período de la Ilustración española. Por lo demás, las ideas que en él se exponen con respecto a la enseñanza de la lengua latina constituyen una excepcional síntesis de la evolución de los diversos juicios que fueron esgrimiéndose a lo largo del siglo XVIII. La herencia francesa de Feijoó y la herencia del humanismo español, de la que son excepcionales representantes el Deán Martí y Mayans, aparecen ahora singularmente asociadas en la consideración de un latín que no puede ya hablarse, pero que debe estudiarse como lengua histórica, y que, como tal, debe aportar en su enseñanza mucho más que los meros datos gramaticales.
"Como Felipe V mostró disposición de proteger las letras, en poco tiempo se vieron fundadas muchas academias y estudios, para todos los ramos de la literatura. La Universidad de Cervera, el Seminario de Nobles, la Compañía de Guardias Marinas de Cádiz, la Escuela de Matemáticas de Barcelona, la Sociedad de Sevilla, y las Academias Médica Matritense, y de la Historia, además de la Española, fueron establecimientos de su reinado. Todas estas fundaciones fueron muy útiles y han contribuido cada una por su parte a propagar el mejor gusto en las varias clases que han sido el objeto de su institución. Pero este medio de las academias era muy lento para que la literatura hiciera muchos progresos. Tales escuelas eran para ciertos hombres ya formados. Y aún en éstos no se podía lograr enteramente su fruto por no haber estado bien dirigidos sus primeros estudios." (Discurso..., pp. 208-209). En la segunda parte de este “Discurso”, Sempere criticó los planes de estudio habidos hasta entonces, con indicaciones de cómo habían de ser los que promoviera Carlos III. Su primera crítica iba dirigida especialmente contra los métodos escolásticos ("el desembarazado uso del ergo") (Discurso..., p.209)
El estado de las ciencias no era mejor que el de las “Buenas Letras”. En España se había perdido por completo el gusto por la Filosofía y por todas las asignaturas que la precedían. Las Matemáticas se aplicaban tan sólo en la Arquitectura, en la Náutica, por tradición, y en la Astronomía para hacer almanaques. El resto, la Geometría, el Álgebra, la Estática, la Hidrostática, la Hidráulica o la Física estaban "algunas de ellas olvidadas y las otras utilizadas para supersticiosas ideas de la Magia, encantos y hechicerías". Sempere se quejaba, además, de que las ansias de promoción y posición de la mayoría de los estudiantes supusieran un obstáculo para el desarrollo de las ciencias en España. Después continúa con la Historia, la Teología y el Derecho: para Sempere, influido por el magisterio de Mayans, la Historia y la Crítica eran inseparables. La excesiva atención en la Historia positivista había provocado, según Sempere, que se marginaran determinados aspectos esenciales de la Historia, tales como la política, el examen profundo de las causas que promovieron los hechos, la descripción de lugares, las costumbres, formas de gobierno, ciencias, comercio o artes, “sin cuyo conocimiento falta la parte más esencial de la historia de los pueblos y de los Reynos”. Adelantándose en varios siglos, Sempere nos propone un concepto de “Historia global” próximo a la escuela de Annales: los hechos son importantes, pero no tienen sentido si no se atiende al carácter del pueblo, a su organización social y política y a la geografía que determina su forma de vida. El carácter profundamente religioso de la nación española, así como la condición de ilustrado católico de Sempere, hicieron que éste prestara atención especial a la Teología. Se lamentaba Sempere de la penosa situación que la Teología y la Filosofía tenían dentro de los planes de estudio, además de la escasa calidad de las obras publicadas sobre estas disciplinas. En definitiva, el buen conocimiento de la Historia y de la Teología eran fundamentales para la formación de un buen teólogo. Sempere fue, por otra parte, el “adalid” de la difusión y estudio del Derecho propio de cada país, y lamentaba que este Derecho no se adaptara a la situación social de cada nación, y que se hubiera visto desplazado por el desmesurado interés por el Derecho Romano, “que por el transcurso del tiempo o por muchas otras causas, sus principios quedan obscuros, y muchas veces se contradicen entre sí, y tiene ciertamente menor autoridad que las del Derecho patrio”.
A nuestro juicio, uno de los aspectos más representativos del pensamiento ilustrado en este discurso son los comentarios que dedica a la enseñanza de la lengua latina y las humanidades clásicas en general, pues es aquí donde se advierte mejor que en ningún otro lugar la complejidad de las ideas ilustradas sobre la educación. Para empezar, no es en absoluto despreciable para nuestro estudio la alusión a Feijoó y a su preferencia por la lengua francesa (Feijoó, Cartas eruditas V, carta 23, Oviedo 1759 cf. C.Hernando, o.c., pp.30 y 170):
“No obstante, el P. D. Benito Jerónimo Feijoó concibió este glorioso designio. Su gran talento, su facilidad en explicarse, y en persuadir lo que quería, su estilo, su erudición, su crianza, y buen modo, a la que contribuyó mucho la nobleza de su nacimiento, sus méritos adquiridos en la esclarecida orden de San Benito, y su celo por la gloria de la religión, y de la patria, le facilitaron en algún modo la empresa de romper por todos los reparos que podían proponérsele, y darle algunas esperanzas de que no se malograrían sus deseos, y sus tareas. (...)
Esto mismo dio motivo para que se fuera extendiendo el estudio de la lengua francesa, y con ella el conocimiento de los buenos libros con que aquella sabia nación ha adelantado la literatura. Aunque al principio muchos la despreciaban, o por el desafecto a los franceses, o por la falsa persuasión en que estaban nuestros nacionales de que no había más que descubrir en las ciencias que lo que se sabía en nuestro país. Ella fue gustando poco a poco, hasta que llegó a hacerse moda, y a componer una parte de la educación de la nobleza. El padre Feijoó tenía formado un concepto tan elevado de su utilidad, que no dudó en anteponer su estudio al de la griega y demás orientales. Este honor han merecido siempre las lenguas sabias y en las que se publican obras dignas de la inmortalidad. Todos las estudian, se hace moda el saberlas, y llega a veces a tenerse por grosería el ignorarlas.” (Discurso..., pp.208-212)
Llama significativamente la atención el hecho de que Sempere no exprese juicio alguno ante esta postura de Feijoó, sobre todo si pensamos en su deseo de una buena enseñanza del latín, siguiendo una tradición hispana de grandes gramáticos humanistas, que comentaremos más adelante. El propio Sempere puede ser consciente de que esas palabras pertenecen a la propia historia de los albores de la Ilustración española. Como hace notar Luis Gil, el desinterés que por las lenguas clásicas sentía Feijoó está relacionado, curiosamente, con un complejo de inferioridad con respecto a lo español, y es propio del panorama cultural de los primeros decenios del siglo XVIII, ya que hacia la cuarta década hay un cambio sustancial en las actitudes hacia la renovación de la cultura. Es significativo, a este respecto, que el Deán Martí sí confesara su disgusto a Mayans ante el juicio superficial que Feijoó había expresado acerca de sus Epistolarum libri XII, motivado en gran parte por estar escritas en latín, lengua que no dominaba Feijoó. El hecho es que, desde el punto de vista histórico, Feijoó se inscribe en los primeros tiempos de la Ilustración, mientras que Sempere es un epígono. Si bien es verdad que la enseñanza del francés está pugnando en la práctica con la del latín, sin embargo, los asertos de Feijoó no parecen ir en contra de la consideración que por las lenguas clásicas tiene Sempere, quien hereda de sus antecesores levantinos Martí y Mayans la admiración por los ideales educativos del humanismo español:
"Juan Dulard, maestro del gran sabio Juan Luis Vives, solía decir a sus discípulos: Cuanto mejor gramático seas, tanto serás peor filósofo y teólogo. Esta máxima tan bárbara, que habían llegado por fin a desacreditarla el mismo Vives, y otros famosos españoles del siglo XVI, volvió a resucitar, y duraba en éste todavía. Yo la he oído muchas veces y he visto sujetos que han perdido mucho de su crédito, por habérseles encontrado entre las manos autores de pura latinidad, y de buen gusto.
Como el motivo porque se estudia el latín generalmente en las escuelas es para seguir después de las Facultades mayores, bien se deja conocer los progresos, que harían en esta lengua los que estaban imbuidos de aquella máxima, y maldita preocupación (...)
El gran mérito de Lebrija, Vives, el Pinciano, los Vergaras, el Brocense, Sepúlveda, Cano, Núñez, Antonio Agustín, Arias Montano, Matamoros, Perpiñán, y otros muchísimos españoles del siglo XVI, no permiten dudar la gran disposición del talento de estos, así para la lengua latina como para las orientales. El autor del Ensayo para la historia de las ciencias y artes, la reconoce, y celebra con mucha particularidad." (Discurso..., p.239)
Lo que se hace particularmente necesario es una renovación pedagógica que libre al latín de una enseñanza viciada cuyo método reduce su estudio a una tarea “estéril y fastidiosa”. La importancia de los contenidos, donde podemos ver la necesidad del estudio de la Mitología, la Historia, la Elocuencia y la Poesía, es fundamental a este respecto:
"A esta se añadía el mal método con que se enseñaba. Precisados los niños a aprender los preceptos en latín, se disgustaban luego de un estudio tan estéril, y fastidioso, y esta desazón debilitaba el ardor, y el deseo de saber que en ellos es tan natural. Reducida la enseñanza a sólo el estudio seco de las reglas y a la versión literal y servil de tal cual autor, no de los mejores, carecían de la utilidad de la Mitología, del conocimiento del oculto artificio en que consiste la belleza, y la elegancia de la lengua Latina, de la noticia de los mejores autores de Historia, de Elocuencia, y de Poesía: todo lo cual es indecible cuánta fuerza tiene para civilizar los hombres, siendo éste el motivo porque entre nosotros se llama con mucha propiedad estudio de las Humanidades." (Discurso..., pp.238-239)
Prueba de que ya estamos en otro momento de la Ilustración, lejano a los primeros tiempos de Feijoó, es que a esta recuperación pedagógica hayan contribuido, en opinión de Sempere, las obras gramaticales de dos grandes ilustrados, Mayans e Iriarte, así como los PP. Escolapios, lo que aprovecha para hacer, seguidamente, una curiosa reivindicación social de la figura del gramático:
"En estos últimos tiempos se ha pensado en restablecer estos estudios, y en corregir los abusos, que se habían introducido en su enseñanza. Se han publicado varios artes nuevos más exactos en las reglas, y más acomodados a los alcances de los niños, tales son el del señor Mayans, el de los PP. Escolapios, y el de don Juan Iriarte. Los maestros hacen uso de los mejores autores de latinidad, cuales son El Brocense, el Sciopio, Vossio, Casaubon, y otros. Buscan con la mayor diligencia los autores romanos, y griegos de las mejores ediciones. No se tiene ya este ejercicio por inferior, ni menos decente que el de las facultades mayores. Un buen latino se aprecia ahora tanto como un gran teólogo, un jurisconsulto, o un buen médico: lo cual no es pequeña prueba de que se ha adelantado entre nosotros la razón, y el gusto. El incomparable Antonio de Lebrija, no obstante que estuvo instruido en muchas ciencias, y que podía con justo motivo haberse llamado Profesor de cualquiera de ellas, antepuso y prefirió a todos los títulos con que suele gloriarse la ambición de los sabios el de Gramático. España acaba de honrar este título en la persona de don Juan de Iriarte. Después de haberle hecho los mayores honores mientras vivió, se le ha hecho lámina, se han publicado por subscripción varias obras suyas, y se tiene su memoria por uno de los monumentos más preciosos de la gloria de la nación." (Discurso..., pp.239-240)
Lo cierto es que las obras de Mayans y de Iriarte fueron fruto más que discutible de los intentos de renovación educativa de la lengua latina en la España del siglo XVIII. Lo que sí supone una verdadera revolución en la consideración del latín por parte del pensamiento ilustrado es su abandono definitivo como lengua de comunicación y para la creación literaria (actitud que ya puede rastrearse en el humanista Sánchez de las Brozas). El latín, así como el griego y el hebreo, son lenguas muertas, pero también sabias:
"Es verdad que no son ahora tan frecuentes las obras de buena latinidad como en el siglo XVI. Mas esto no es ya por falta de buenos principios, y de ilustración, sino porque la nación va conociendo, como todas las demás de Europa, que la lengua, de que debe hacerse más caso para las obras, que se consagran a la utilidad pública, es la nativa, o la del país donde se habita.
Con todo, no han faltado en este siglo quienes manifestaran que no es ajeno de nuestro suelo este género de erudición. El deán Martí, don Gregorio Mayans, el Mencionado Iriarte, y el Señor Bayer en nada ceden a aquellos famosos polígrafos de que tanto se jactan la Italia, Holanda, Francia y Alemania. Pudieran hacerse una buena colección de las Oraciones que se han dicho en las Universidades, Colegios y Academias de las Epístolas, y otras piezas menores que no desmerecerían la estimación de los sabios. El Abad Serrano, después de haber publicado en España algunas Oraciones Latinas muy bien escritas, acaba de dar a luz en Italia dos Epístolas, en las que el juicio, y la crítica compiten con la elocuencia, y la pureza del estilo." (Discurso..., p.241)
El texto de Sempere sobre el latín es, pues, el resultado de un sutil equilibrio entre las corrientes afrancesadas del pensamiento ilustrado español y las propiamente hispanas -que en algunos momentos pudieron llegar al enfrentamiento- al tiempo que podemos percibir en él la evolución de este mismo pensamiento.
No podemos hablar, en suma, de una actitud contraria al latín en la cultura hispana de la Ilustración, sino simplemente, de un cambio de actitud que se integra dentro de los deseos de reforma educativa por parte de algunos ilustrados, como fue el caso de Sempere y Guarinos. El deseo de reforma social era global, y parte de esa globalidad estaba en su anhelo de reforma educativa. Esta reforma no sólo afectaba a las lenguas sabias, sino también al estudio del Derecho, la Teología y la Historia, así como a las propias estructuras universitarias del momento. El Discurso de Sempere y Guarinos es un documento singular, dado que constituye un buen resumen de los ideales educativos del último período de la Ilustración española. Por lo demás, las ideas que en él se exponen con respecto a la enseñanza de la lengua latina constituyen una excepcional síntesis de la evolución de los diversos juicios que fueron esgrimiéndose a lo largo del siglo XVIII. La herencia francesa de Feijoó y la herencia del humanismo español, de la que son excepcionales representantes el Deán Martí y Mayans, aparecen ahora singularmente asociadas en la consideración de un latín que no puede ya hablarse, pero que debe estudiarse como lengua histórica, y que, como tal, debe aportar en su enseñanza mucho más que los meros datos gramaticales.
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