Si tuviera que quedarme con algún personaje de la monarquía española, sin duda lo haría con el infante Don Gabriel, que me remonta a la segunda mitad del siglo XVIII y a uno de los episodios más granados de la Ilustración española. Cuando comencé a interesarme por los libros antiguos supe que uno de los más avezados traductores de Salustio al castellano había sido precisamente este infante, y el hecho me llenó de asombro y curiosidad. Ciertamente, no resulta normal que una persona de esta condición se hubiera dedicado a una actividad intelectual de semejante calado. También supe que este Salustio, traducido bajo la atenta mirada y corrección de su preceptor, Pérez Bayer, fue publicado por Joaquín Ibarra en 1772, en lo que ya es lugar común considerar como la mejor edición jamás salida de una prensa hispana. Era y es un libro regio, confeccionado por un infante y pensado para reyes que hoy, gracias a la técnica y las bibliotecas, está al alcance de aquellos que podemos apreciarlo. Nacido en 1752, el infante, hijo de Carlos III, pasó sus primeros años en Nápoles, donde pudo vivir de primera mano los apasionantes descubrimientos de Pompeya, que cambiaron para siempre la visión de la Antigüedad. En 1760 inicia un nuevo periodo de su vida, ya en Madrid, donde seguirá con su formación en artes y ciencias. El cuadro de Rafael Mengs que ilustra este blog, conservado en el Museo del Prado, fue pintado entre 1765 y 1767 y representa a nuestro personaje todavía jovencísimo, pero lleno de carácter. Si hubiera que poner música a la biografía del infante habría que recurrir al clavecín del padre Soler, el Scarlatti español (aunque yo personalmente prefiero a Soler). El padre Soler, tan ligado al monasterio de El Escorial, gozó del culto mecenazgo y admiración del infante. Es posible que ya sólo por este mecenezgo de una música inmortal Don Gabriel se hubiera ganado un lugar en la Historia, pero la traducción del Salustio es posiblemente su obra más notable. Cabe pensar con cierto fundamento que la traducción fue obra conjunta tanto del Infante como del humanista ilustrado Pérez Bayer. Este último, de hecho, incluyó su estudio sobre los caracteres fenicios como uno de los muchos ornatos con que cuenta la edición. Hoy he vuelto a ver el egregio libro en la Calcografía Nacional, y en alguna ocasión lo he tenido en mis manos, porque la Biblioteca Marqués de Valdecilla conserva dos ejemplares. El historiador Salustio dejó dos grandes obras históricas: la Conjuración de Catilina y La guerra de Yugurta. Es un autor que se caracterizó por escribir historias cercanas a su propio tiempo, el siglo I antes de Cristo, con un gran contenido moral. Conviene leer cuando menos un párrafo inicial de su relato sobre Catilina, el conspirador romano que le merece tanto la admiración como el reproche:
“Lucio Catilina fue de linaje ilustre y dotado de grandes fuerzas y talento, pero de inclinación mala y depravada. Desde mancebo fue amigo de pendencias, muertes, robos y discordias civiles, y en esto pasó su juventud. Sufría cuanto no es creíble el hambre, la falta de sueño, el frío y demás incomodidades del cuerpo; en cuanto al ánimo era osado, engañoso, vario, capaz de fingir y de disimular cualquiera cosa, codicioso de lo ajeno, pródigo de lo suyo, vehemente en sus pasiones, harto afluente en el decir, pero poco cuerdo.”
Esta es, precisamente, la versión del infante. Que un miembro de la realeza se interesara por traducir a Salustio no es un hecho ajeno a los nuevos planes educativos del gran erudito Gregorio Mayáns, preocupado por la regeneración del buen gusto literario a partir de las mejores traducciones de los clásicos. Su Vida de Virgilio, publicada en 1778, es un excelente ejemplo de lo que decimos. Murió don Gabriel en 1788, el mismo año que su padre, y ninguno de los dos tuvo que conocer cómo un mundo caduco terminaba y otro, más incierto, daba comienzo con la Revolución francesa.
Habrá quien piense, desde presupuestos modernos, que esta historia sobre un infante que traduce a un clásico no tiene mayor importancia. Pero creo que peor sería la historia de un infante que no hubiera hecho nada, circunstancia mucho más común, por desgracia. Él tuvo los medios para hacerlo y lo hizo.
Francisco García Jurado
H.L.G.E.
2 comentarios:
Hola, Paco, desconocía a este personaje ¡qué interesante! Muy "ilustrativo". Da para un bestseller de esos de ahora... Pero es mejor la historiografía. Espero que sólo os hayáis mojado lo suficiente en Sevilla, feliz Navidad y mejor 2010.
Feliz navidad también para vosotros y, como siempre, ya sabes que tus comentarios son para mí un motivo de alegría.
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