martes, 15 de diciembre de 2009

ILUSTRACIÓN E HISTORIAS LITERARIAS


La exposición titulada "La Imprenta Real. Fuentes de la tipografía española", que se celebra desde finales de diciembre de 2009 a enero de 2010 en la Calcografía Nacional, dentro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, me ha devuelto a una de mis aficiones más queridas: los libros del siglo XVIII. Todavía recuerdo vivamente la exposición que se dedicó al gran editor Antonio de Sancha en este mismo lugar. Es probablemente este gusto por la bibliografía española del XVIII el que más satisfacciones científicas y estéticas me ha proporcionado. Trabajar con estos libros, en mis caso los dedicados a autores grecolatinos, me ha hecho ver la huella de las ideas, en particular de la idea de Historia, en estos bellos documentos. Hoy quería aprovechar la circunstancia de esta exposición para mostraros un discreto ejemplar de la Imprenta Real, llamada también "Typographia Regia, vulgo de la Gaceta", pues era la que publicaba aquellos delgados ejemplares que con el tiempo llegarían a ser el Boletín Oficial del Estado. El ejemplar que quiero mostraros es el que aparece en la fotografía, y se trata de una discreta rareza bibliográfica. Es una bibliografía escolar de autores latinos publicada en tiempos de Carlos IV. Pertenece al género erudito de las Historias Literarias, pero aún no es una Historia de la Literatura.



El siglo XVIII supone el nacimiento de las historias literarias, concebidas entonces como obras básicamente bibliográficas y eruditas. Al margen de las obras de los hermanos Mohedano y otras aproximaciones a la Historiografía Literaria, es en Gregorio Mayáns donde cabe buscar unos fundamentos críticos más consistentes para el enfoque correcto del estudio de la Literatura Latina dentro de España. En lo que a los autores latinos respecta, en el mundo literario de la España del XVIII hay una cuestión capital, como es la de los autores españoles e hispanolatinos, plasmada en la superioridad del “español” Lucano frente a Virgilio. Así las cosas, en la discusión terciaron nombres tan conocidos como el Padre Feijoo en su Teatro Crítico, concretamente en sus “Grandezas de España”, y al cabo del tiempo se creó una peculiar polémica frente a los ataques de algunos eruditos italianos, como Tiraboschi y Belletti, que afirmaban que la literatura española de todos los tiempos era la que había corrompido el gusto. En España (y luego incluso entre algunos de los jesuitas expulsos, como Llampillas) se hacía una defensa ciega de lo español. El asunto puede ilustrarse perfectamente con la primera alocución que celebró a mitad del siglo XVIII la llamada Academia Latina Matritense en la madrileña iglesia de San Ginés, una de cuyas conclusiones iba a destinada a demostrar que Noster Hispanus Poeta Lucanus dignitate canendi, pura Latinitate Virgilium superavit. Este es el contexto, en buena medida tópico, del principal problema que atañe a lo que podemos considerar la incipiente Historiografía Literaria de la época. Debe tenerse en cuenta, además, que la consideración de autores como Séneca y Lucano como españoles es un hecho que pervivirá, disfrazado con diferentes ropajes, hasta comienzos del siglo XX. A esta cuestión de la superioridad de Lucano, unida al tópico de la corrupción hispana de la literatura, que sostienen los eruditos italianos aludidos, se añade el problema de cuál ha sido la aportación hispana al conocimiento, que promueve Nicolás Masson, y que después dará lugar a la polémica decimonónica sobre la ciencia en España. Mayáns da un nuevo giro a la cuestión en su Vida de Virgilio, donde establece los fundamentos de una Historiografía Literaria ligada a una incipiente conciencia de Tradición Clásica, más allá de los tópicos relativos a la corrupción hispana de la literatura o a la supuesta superioridad del «español» Lucano sobre Virgilio. A partir de unos nuevos presupuestos historiográficos cuyos fundamentos se encuentran en las tradicionales Poética y Retórica, de un lado, y en la Bibliografía, de otro, va a relacionar a Virgilio con la literatura española a partir del estudio razonado de sus traducciones al castellano. Precisamente, los traductores seleccionados son los que prefiguran claramente la idea de un Siglo de Oro de la literatura española, como Fray Luis de León. La Vida de Virgilio escrita por Mayáns está concebida en el marco de un ambicioso proyecto de edición de las mejores traducciones del Virgilio al castellano y con un claro propósito de fomentar el buen gusto literario nacional mediante la imitación de los mejores modelos por parte de la juventud. No en vano, la obra de Mayáns es contemporánea al Ensayo de una biblioteca de traductores españoles de Juan Antonio Pellicer (1778), que es el precursor de la Bibliografía Hispano-Latina clásica de Menéndez Pelayo.
El vacío dejado en el mundo de la enseñanza tras la expulsión de los jesuitas en 1767 obligó a suplir por diferentes medios las nuevas demandas docentes: la orden de los Escolapios llenó una parte considerable de ese vacío y también el mundo de los propios ilustrados, como en el caso de Iriarte o Mayáns, autores de gramáticas latinas. En este contexto, y ligado al círculo de Campomanes, Casto González Emeritense escribe su Compendiaria in Latium Via (1792). Se trata de un libro destinado al conocimiento fácil y rápido de los autores latinos mediante una cuidada bibliografía de los estudios sobre Historia Latinae Linguae, aspectos concretos de ésta y una exposición cronológica, desde los orígenes hasta el siglo XIV, de los autores que han escrito en latín (la herencia del antiguo género de la biografía, si bien ahora muy sucinta, sigue viva). La obra, destinada a la juventud, tiene sus antecedentes en las grandes obras bibliográficas del siglo XVIII, en particular la Bibliotheca Latina de Johannes Albertus Fabricius (1728), y la obra de Johannes Nikolaus Funck (Funccius) (1720-1750), que concibe la Lengua Latina como un organismo viviente en su De origine et pueritia, de adolescentia, de virili aetate, de inminente senectute, de vegeta senectute, de inerte ac decrepita senectute linguae Latinae. De hecho, ambos autores aparecen citados en la bibliografía de Casto González dentro del primer apartado. La obra está, por tanto, más ligada a los antiguos estudios bibliográficos que a los emergentes trabajos de Historiografía Literaria, de orientación filosófica, que es donde se sitúa Wolf. Aunque en 1787 se publica en Halle el programa de curso de Wolf destinado a la Historia de la Literatura Latina, no hay rastro de este autor en Casto González. No obstante, ambos autores comparten el criterio cronológico, si bien Wolf es mucho más cuidadoso, pues plantea una división en Historia Interna e Historia Externa sobre la que articula su nueva concepción historiográfica. Llama, asimismo, la atención que en Casto González no encontremos la formulación de la juntura “Historia de la Literatura Latina”, que está en buena medida subsumida por la aludida formulación de Historia Latinae Linguae. El relato cronológico, a partir de períodos, nace precisamente de los estudios sobre la Historia de la Lengua, frente al criterio de los géneros, que es más afín a los presupuestos de la propia Poética. Junto a la obra de Casto González, que podemos considerar, avant la lettre, el primer manual de Literatura Latina, debe recordarse el que será, dentro de lo que es una visión general de la literatura, el primer manual utilizado en España para una cátedra de Historia Literaria. Se trata de la obra de Juan Andrés, uno de los jesuitas llegados a Italia tras la expulsión de España en 1767. Juan Andrés compone en Italia una monumental obra titulada Origen, progresos y estado actual de toda la literatura. La traducción que hizo luego su hermano de casi toda la obra entre 1784 y 1806 dio lugar a su uso docente a comienzos del siglo XIX (Juretschke 1951: 228-230). En este libro se contempla una parte, muy breve, dedicada a la “Literatura de los romanos” (obsérvese la formulación) seguida de un cotejo de esta literatura con la de los griegos (Caerols 1996). La división que hace Andrés es la siguiente: “Origen de la literatura romana”, “Poesía”, “Elocuencia”, “Historia”, “Filología”, “Ciencias” y “Jurisprudencia”. De igual manera, los diferentes tomos de su historia están dedicados a los distintos géneros. Estos primeros escarceos de una Historiografía de la Literatura van a verse interrumpidos en este punto.


FRANCISCO GARCÍA JURADO
H.L.G.E.

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