GELIO JAMÁS SE HUBIERA SITUADO A SÍ MISMO ENTRE LOS SABIOS, NI TAMPOCO MONTAIGNE, que no en vano es el autor del famoso aforismo "Que sais je?". Texto de Francisco García Jurado
No hace mucho, tuve la incierta suerte de asistir a una explicación algo surrealista: una persona, no malintencionada, me explicaba la "filosofía" de una preparación gastronómica. El cocinero se había vuelto "filósofo", y su producto comestible no era más que una reflexión. Imaginemos, por ejemplo, que Kant hubiera sido cocinero, y que ahora pudiéramos disfrutar de CANAPÉS ANALÍTICOS A PRIORI CON UNA BASE DE PIMIENTO ROJO. En, fin, que cuando la Filosofía deja de ser considerada desde el punto de vista social, otros acuden prestos a tomar sus maneras más superficiales para acreditarse y legitimarse. Sin embargo, en la Antigüedad llamarse "filósofo" no era más que un acto de sincera humildad, ya que, como dice nuestro inigualable lexicógrafo Sebastián de Cobarrubias “El primero que se intituló con este nombre fue Pitágoras, pareciéndole que el nombre de sabio absolutamente era arrogante, presupuesto que ningún hombre sabe tanto que no le falte mucho que saber. Y de allí adelante todos los profesores de la filosofía no se llamaron sofistas, sino filósofos y por donaire dejaron el nombre de sofistas a los que sabían poco y presumían mucho con doctrinas aparentes y falsas”.
El filósofo es un amante del saber, y ser amante es sólo mostrar la tendencia al fin deseado, muy lejos, por tanto, del que llega a saber realmente. Nuestro querido Aulo Gelio ha sido llamado de maneras muy diferentes por nuestros autores del siglo XVI. Él mismo se caracterizó como erudito al poner a su obra el título de Noctes Atticae, pues con ello pretendía, ante todo, representarse ante sus lectores como un estudioso, en la tranquilidad de la noche. La figura del erudito trabajando durante las vigilias supone ya desde los tiempos antiguos la actividad que llamamos “elucubración”. Por su parte, el mismo Pedro Mejía se ve a sí mismo como si fuera un nuevo Aulo Gelio cuando habla de sus “vigilias” al comienzo de la Silva de varia lección y da la impresión de que hasta se identifica con el autor latino:
“Por lo qual yo, preciándome tanto de la lengua que aprendí de mis padres como de la que me mostraron preceptores, quise dar estas vigilias a los que no entienden los libros latinos (…)”
Sin embargo, esta cándida imagen del erudito comienza a ser objeto de rechazo, a tenor de lo que leemos en el propio Montaigne, quien critica de manera genérica a los eruditos que pasan parte de la noche en vela:
“Y ese otro tan pituitoso, legañoso y sucio, al que ves salir de estudiar pasada la medianoche, ¿crees que busca en los libros la forma de llegar a ser más digno, más sabio y más feliz? Ni hablar. En estas morirá, o enseñará a la posteridad la medida de los versos de Plauto y la ortografía correcta de una palabra latina.” (Montaigne, Ensayos I, 39)
Este texto muestra ya el desprecio de Montaigne por la mera erudición, acumulativa e impersonal, frente al moderno ensayo como lugar para la reflexión propia y original. Desde este punto de vista, la caracterización de Gelio como filósofo, historiador o sabio en las alusiones que a él se hacen es un hecho relevante por lo que conlleva de consideración moderna del propio autor latino ante sus nuevos lectores. Asimismo, podemos comparar estas caracterizaciones con la que hace el propio Montaigne, que parece considerar a Gelio de manera implícita como “gramático” cuando habla de la representación que de sí mismo hace ante su público lector:
“Danse a conocer los autores al pueblo por alguna marca particular y externa; yo soy el primero en dar a conocer mi ser total, en mostrarme como Michel de Montaigne, no como gramático, o poeta, o jurisconsulto. Si se queja el mundo de que hablo demasiado de mí, quéjeme yo de que él no piense solo en sí” (Montaigne, Ensayos III, 2)
Michel de Montaigne no querría ser, en todo caso, lo que representa Gelio, de forma que el autor moderno se definiría claramente por la negación del antiguo. Luis Vives, por su parte, incluye a Gelio peyorativamente entre los philologi (quorum appellatio est et maxime propria philologi). De esta forma, la caracterización del autor conlleva a menudo su inclusión dentro de una clase, de un grupo mayor, hecho que no está libre de falacias. Así las cosas, destacan las caracterizaciones que se hacen de Gelio en calidad de “historiador”, “filósofo”, etc. Fray Antonio de Guevara lo llama “filósofo” dentro de una enumeración de otros tantos, y así también lo hace Villalón:
“(…) el filósofo Aulo Gelio escribió de lo poco que comían y mucho menos que dormían en las escuelas de su maestro Suborino; el filósofo Plutarcho escribió de las mujeres que hubo en Grecia sabias y de las que hubo en Roma castas;” (Guevara, Menosprecio de corte y alabanza de aldea)
“Asi como lo hizieron estos que dixe: y Macrobio y laerçio / Democrito / y Aulo Gelio: y otros muchos philosophos.” (Villalón, El Scholástico)
Hay que tener en cuenta, naturalmente, qué se quiere decir cuando se utiliza la palabra “philósopho” (“amante del saber”) en el siglo XVI, que no tiene la especificidad que hoy le conferimos, y que, como hemos dicho más arriba, resulta menos arrogante que el uso del término “sabio”. Sin embargo, Cristóbal de Villalón habla también de Gelio entre los “sabios antiguos”:
“Este estilo y orden tuvieron en sus obras muchos sabios antiguos endereçados en este mesmo fin. Como Ysopo y Catón, Aulo Gelio, Juan Bocacio, Juan Pogio florentín*; y otros muchos que sería largo contar, hasta Aristóteles, Plutarco, Platón.” (Villalón, El Crótalon de Cristóforo Gnofoso)
Sin embargo, GELIO JAMÁS SE HUBIERA SITUADO A SÍ MISMO ENTRE LOS SABIOS, NI TAMPOCO MONTAIGNE, que no en vano es el autor del famoso aforismo "Que sais je?". Llama la atención hoy día el poco cuidado que se tiene con estas cosas, el desprecio a la humildad, que se confunde con la vanidad más ciega.
FRANCISCO GARCÍA JURADO
H.L.G.E.
No hace mucho, tuve la incierta suerte de asistir a una explicación algo surrealista: una persona, no malintencionada, me explicaba la "filosofía" de una preparación gastronómica. El cocinero se había vuelto "filósofo", y su producto comestible no era más que una reflexión. Imaginemos, por ejemplo, que Kant hubiera sido cocinero, y que ahora pudiéramos disfrutar de CANAPÉS ANALÍTICOS A PRIORI CON UNA BASE DE PIMIENTO ROJO. En, fin, que cuando la Filosofía deja de ser considerada desde el punto de vista social, otros acuden prestos a tomar sus maneras más superficiales para acreditarse y legitimarse. Sin embargo, en la Antigüedad llamarse "filósofo" no era más que un acto de sincera humildad, ya que, como dice nuestro inigualable lexicógrafo Sebastián de Cobarrubias “El primero que se intituló con este nombre fue Pitágoras, pareciéndole que el nombre de sabio absolutamente era arrogante, presupuesto que ningún hombre sabe tanto que no le falte mucho que saber. Y de allí adelante todos los profesores de la filosofía no se llamaron sofistas, sino filósofos y por donaire dejaron el nombre de sofistas a los que sabían poco y presumían mucho con doctrinas aparentes y falsas”.
El filósofo es un amante del saber, y ser amante es sólo mostrar la tendencia al fin deseado, muy lejos, por tanto, del que llega a saber realmente. Nuestro querido Aulo Gelio ha sido llamado de maneras muy diferentes por nuestros autores del siglo XVI. Él mismo se caracterizó como erudito al poner a su obra el título de Noctes Atticae, pues con ello pretendía, ante todo, representarse ante sus lectores como un estudioso, en la tranquilidad de la noche. La figura del erudito trabajando durante las vigilias supone ya desde los tiempos antiguos la actividad que llamamos “elucubración”. Por su parte, el mismo Pedro Mejía se ve a sí mismo como si fuera un nuevo Aulo Gelio cuando habla de sus “vigilias” al comienzo de la Silva de varia lección y da la impresión de que hasta se identifica con el autor latino:
“Por lo qual yo, preciándome tanto de la lengua que aprendí de mis padres como de la que me mostraron preceptores, quise dar estas vigilias a los que no entienden los libros latinos (…)”
Sin embargo, esta cándida imagen del erudito comienza a ser objeto de rechazo, a tenor de lo que leemos en el propio Montaigne, quien critica de manera genérica a los eruditos que pasan parte de la noche en vela:
“Y ese otro tan pituitoso, legañoso y sucio, al que ves salir de estudiar pasada la medianoche, ¿crees que busca en los libros la forma de llegar a ser más digno, más sabio y más feliz? Ni hablar. En estas morirá, o enseñará a la posteridad la medida de los versos de Plauto y la ortografía correcta de una palabra latina.” (Montaigne, Ensayos I, 39)
Este texto muestra ya el desprecio de Montaigne por la mera erudición, acumulativa e impersonal, frente al moderno ensayo como lugar para la reflexión propia y original. Desde este punto de vista, la caracterización de Gelio como filósofo, historiador o sabio en las alusiones que a él se hacen es un hecho relevante por lo que conlleva de consideración moderna del propio autor latino ante sus nuevos lectores. Asimismo, podemos comparar estas caracterizaciones con la que hace el propio Montaigne, que parece considerar a Gelio de manera implícita como “gramático” cuando habla de la representación que de sí mismo hace ante su público lector:
“Danse a conocer los autores al pueblo por alguna marca particular y externa; yo soy el primero en dar a conocer mi ser total, en mostrarme como Michel de Montaigne, no como gramático, o poeta, o jurisconsulto. Si se queja el mundo de que hablo demasiado de mí, quéjeme yo de que él no piense solo en sí” (Montaigne, Ensayos III, 2)
Michel de Montaigne no querría ser, en todo caso, lo que representa Gelio, de forma que el autor moderno se definiría claramente por la negación del antiguo. Luis Vives, por su parte, incluye a Gelio peyorativamente entre los philologi (quorum appellatio est et maxime propria philologi). De esta forma, la caracterización del autor conlleva a menudo su inclusión dentro de una clase, de un grupo mayor, hecho que no está libre de falacias. Así las cosas, destacan las caracterizaciones que se hacen de Gelio en calidad de “historiador”, “filósofo”, etc. Fray Antonio de Guevara lo llama “filósofo” dentro de una enumeración de otros tantos, y así también lo hace Villalón:
“(…) el filósofo Aulo Gelio escribió de lo poco que comían y mucho menos que dormían en las escuelas de su maestro Suborino; el filósofo Plutarcho escribió de las mujeres que hubo en Grecia sabias y de las que hubo en Roma castas;” (Guevara, Menosprecio de corte y alabanza de aldea)
“Asi como lo hizieron estos que dixe: y Macrobio y laerçio / Democrito / y Aulo Gelio: y otros muchos philosophos.” (Villalón, El Scholástico)
Hay que tener en cuenta, naturalmente, qué se quiere decir cuando se utiliza la palabra “philósopho” (“amante del saber”) en el siglo XVI, que no tiene la especificidad que hoy le conferimos, y que, como hemos dicho más arriba, resulta menos arrogante que el uso del término “sabio”. Sin embargo, Cristóbal de Villalón habla también de Gelio entre los “sabios antiguos”:
“Este estilo y orden tuvieron en sus obras muchos sabios antiguos endereçados en este mesmo fin. Como Ysopo y Catón, Aulo Gelio, Juan Bocacio, Juan Pogio florentín*; y otros muchos que sería largo contar, hasta Aristóteles, Plutarco, Platón.” (Villalón, El Crótalon de Cristóforo Gnofoso)
Sin embargo, GELIO JAMÁS SE HUBIERA SITUADO A SÍ MISMO ENTRE LOS SABIOS, NI TAMPOCO MONTAIGNE, que no en vano es el autor del famoso aforismo "Que sais je?". Llama la atención hoy día el poco cuidado que se tiene con estas cosas, el desprecio a la humildad, que se confunde con la vanidad más ciega.
FRANCISCO GARCÍA JURADO
H.L.G.E.
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