Continuamos con la pequeña serie sobre manuales de Literatura latina en la España de los siglos XVII, XIX y XX. Hoy corresponde hablar del nacimiento de la asignatura de Literatura latina durante la etapa de Isabel II, presidida por el influjo político de los liberales moderados. Tras la muerte de Fernando VII, con la regencia de María Cristina durante la minoría de edad de Isabel II, el mundo de la enseñanza experimenta un cambio notable16. Se va a producir una progresiva legitimación de las disciplinas históricas en la universidad, que da lugar, en nuestro caso, a una nueva asignatura titulada «Literatura y Composición Latina» y al inicio de la época de los manuales oficiales. Esta diferencia entre la materia de «Latín» y la correspondiente a la «Literatura Latina» está explicitada por el propio ideólogo del nuevo sistema educativo, Antonio Gil de Zárate, dentro del libro que marcó las líneas maestras del cambio:
«Hase visto en la sección tercera cómo quedó organizada en los Institutos la enseñanza del latín, y los principios que guiaron en la organización de esta parte principal de los estudios clásicos. Aunque se creyó que aquello era bastante para saber la lengua de los romanos, tal cual hoy se necesita, esto es, no para hablarla y escribirla, cosa desusada en el día y que lo será más en adelante, sino para la cabal inteligencia de los autores más difíciles; todavía se tuvo por insuficiente semejante estudio para aquellos que en sus respectivas carreras necesitan mayores conocimientos, o desean profundizar más en tan interesante materia. Con este objeto, se estableció en todas las facultades de filosofía un curso especial de Literatura latina, asignatura que jamás había existido en nuestras escuelas. Destinado este curso a conocer todos los escritores que han ilustrado la lengua del Lacio, desde el origen de la república romana hasta la edad media, como igualmente a perfeccionarse en su traducción, forma el complemento de una serie de estudios bien graduados desde los rudimentos hasta lo más arduo; resultando de todo una instrucción muy superior a la que en todos tiempos se había podido adquirir entre nosotros, y preferible a la que comprenden los que sólo buscan el arte de chapurrear una jerga bárbara, y sin aplicación alguna en las costumbres literarias de estos tiempos.»
A este respecto, es muy interesante tener en cuenta que el Gobierno establece, además, unas pautas para la nueva asignatura, que se divide en una Parte Histórico-Crítica (Poesía Latina, Elocuencia Latina e Historiadores Latinos), donde cada género se va, a su vez, dividiendo por épocas, y una Parte Práctica que da lugar a diversas antologías de textos. Es importante hacer hincapié en esta preferencia de los legisladores educativos por los géneros literarios sobre los períodos, hecho que se va a ver igualmente reflejado en la enseñanza de la Literatura Española, en particular dentro del propio manual compilado por Gil de Zárate. El peso de la Poética y la Retórica sigue siendo muy notable, si bien se va superando el modelo historiográfico clasicista. De todas maneras, aún no se ha producido el cierre completo de la nueva disciplina, por lo que sigue manteniendo una relación ambigua con la Poética. Consecuencia de este estado de cosas es la disposición del primer manual oficial de Literatura Latina, el de Ángel María Terradillos, que reconoce cómo ha tenido que marginar el criterio cronológico y primar el de los géneros. No obstante admite que «Cualquiera de las dos clasificaciones puede seguirse, y aun las dos hermanarse para estudiar cronológicamente, sin distinción de géneros, la literatura latina y observar filosóficamente la marcha, progresos y vicisitudes de la lengua romana. Trazando, empero, otro rumbo el programa dado por el gobierno para esta asignatura, forzoso nos será marchar por sus huellas, sin dejar por eso de seguir, en cuanto sea posible, el orden cronológico». Puede verse, además, cómo Terradillos asocia la cronología a la «Historia de la Lengua Romana», en una idea afín a la Historiografía Literaria de finales del siglo XVIII, representada por Casto González. La segunda edición de este primer manual oficial de Literatura Latina se produce dos años después, con algunas modificaciones importantes. Terradillos se mueve entre los adicionales esquemas de la Poética y las nuevas trazas de la llamada «historia filosófica », con la impronta específica del pensamiento de Schlegel. Fruto de ello es la visión de Virgilio como poeta culto que no ha logrado su propósito, es decir, el arraigo de las tradiciones heroicas en su patria, al no seguir en su composición un esquema más libre. Frente a esta ordenación por géneros, marcada por el Gobierno, resulta muy curioso el Programma editado por Alfredo Adolfo Camús en 1848 (utilizamos la segunda edición, de 1850). Es un pequeño programa de curso que consta de 20 páginas y todavía está redactado en latín. Al igual que veíamos en Casto González, no encontramos ninguna formulación explícita relativa a la «Historia de la Literatura Latina», sino expresiones esperables como Litterarum Latinarum Studium y Latina Lingua. Camús reconoce que sus inspiradores son dos autores del siglo XVIII: J. G. Walch y J. N. Funck, que también aparecían citados por González Emeritense, lo que nos hace pensar en éste como fuente obligada y no declarada. El tercer autor citado pertenece ya al nuevo siglo: F. Ficker, que escribió uno de los manuales de literatura griega y latina más difundidos y citados en el siglo XIX. Estaba originariamente escrito en alemán, y M. Theil lo tradujo al francés en 1837. Inspirándose Camús sobre todo en Funck, hace una división cronológica de la Latina Lingua en once edades, a la manera de un ser vivo. Debe señalarse, asimismo, la inclusión del «renacimiento» de la Literatura Latina como colofón de su historia:
«Hase visto en la sección tercera cómo quedó organizada en los Institutos la enseñanza del latín, y los principios que guiaron en la organización de esta parte principal de los estudios clásicos. Aunque se creyó que aquello era bastante para saber la lengua de los romanos, tal cual hoy se necesita, esto es, no para hablarla y escribirla, cosa desusada en el día y que lo será más en adelante, sino para la cabal inteligencia de los autores más difíciles; todavía se tuvo por insuficiente semejante estudio para aquellos que en sus respectivas carreras necesitan mayores conocimientos, o desean profundizar más en tan interesante materia. Con este objeto, se estableció en todas las facultades de filosofía un curso especial de Literatura latina, asignatura que jamás había existido en nuestras escuelas. Destinado este curso a conocer todos los escritores que han ilustrado la lengua del Lacio, desde el origen de la república romana hasta la edad media, como igualmente a perfeccionarse en su traducción, forma el complemento de una serie de estudios bien graduados desde los rudimentos hasta lo más arduo; resultando de todo una instrucción muy superior a la que en todos tiempos se había podido adquirir entre nosotros, y preferible a la que comprenden los que sólo buscan el arte de chapurrear una jerga bárbara, y sin aplicación alguna en las costumbres literarias de estos tiempos.»
A este respecto, es muy interesante tener en cuenta que el Gobierno establece, además, unas pautas para la nueva asignatura, que se divide en una Parte Histórico-Crítica (Poesía Latina, Elocuencia Latina e Historiadores Latinos), donde cada género se va, a su vez, dividiendo por épocas, y una Parte Práctica que da lugar a diversas antologías de textos. Es importante hacer hincapié en esta preferencia de los legisladores educativos por los géneros literarios sobre los períodos, hecho que se va a ver igualmente reflejado en la enseñanza de la Literatura Española, en particular dentro del propio manual compilado por Gil de Zárate. El peso de la Poética y la Retórica sigue siendo muy notable, si bien se va superando el modelo historiográfico clasicista. De todas maneras, aún no se ha producido el cierre completo de la nueva disciplina, por lo que sigue manteniendo una relación ambigua con la Poética. Consecuencia de este estado de cosas es la disposición del primer manual oficial de Literatura Latina, el de Ángel María Terradillos, que reconoce cómo ha tenido que marginar el criterio cronológico y primar el de los géneros. No obstante admite que «Cualquiera de las dos clasificaciones puede seguirse, y aun las dos hermanarse para estudiar cronológicamente, sin distinción de géneros, la literatura latina y observar filosóficamente la marcha, progresos y vicisitudes de la lengua romana. Trazando, empero, otro rumbo el programa dado por el gobierno para esta asignatura, forzoso nos será marchar por sus huellas, sin dejar por eso de seguir, en cuanto sea posible, el orden cronológico». Puede verse, además, cómo Terradillos asocia la cronología a la «Historia de la Lengua Romana», en una idea afín a la Historiografía Literaria de finales del siglo XVIII, representada por Casto González. La segunda edición de este primer manual oficial de Literatura Latina se produce dos años después, con algunas modificaciones importantes. Terradillos se mueve entre los adicionales esquemas de la Poética y las nuevas trazas de la llamada «historia filosófica », con la impronta específica del pensamiento de Schlegel. Fruto de ello es la visión de Virgilio como poeta culto que no ha logrado su propósito, es decir, el arraigo de las tradiciones heroicas en su patria, al no seguir en su composición un esquema más libre. Frente a esta ordenación por géneros, marcada por el Gobierno, resulta muy curioso el Programma editado por Alfredo Adolfo Camús en 1848 (utilizamos la segunda edición, de 1850). Es un pequeño programa de curso que consta de 20 páginas y todavía está redactado en latín. Al igual que veíamos en Casto González, no encontramos ninguna formulación explícita relativa a la «Historia de la Literatura Latina», sino expresiones esperables como Litterarum Latinarum Studium y Latina Lingua. Camús reconoce que sus inspiradores son dos autores del siglo XVIII: J. G. Walch y J. N. Funck, que también aparecían citados por González Emeritense, lo que nos hace pensar en éste como fuente obligada y no declarada. El tercer autor citado pertenece ya al nuevo siglo: F. Ficker, que escribió uno de los manuales de literatura griega y latina más difundidos y citados en el siglo XIX. Estaba originariamente escrito en alemán, y M. Theil lo tradujo al francés en 1837. Inspirándose Camús sobre todo en Funck, hace una división cronológica de la Latina Lingua en once edades, a la manera de un ser vivo. Debe señalarse, asimismo, la inclusión del «renacimiento» de la Literatura Latina como colofón de su historia:
De restaurata vel ex orco revocata Latinitate. Al final del programa de curso hay un curioso texto que narra el resurgir de la Literatura Latina en los tiempos modernos (respetamos la grafía de la época):
«Iam de Litterarum Latinarum historiâ satis esse debet: hicque nostri laboris finis positus est; namque humanas litteras simul ac Boëthium periise (sic), non est quod dubitetur. Et re quidem vera, quid aliud in eo tristissimo temporis decursu qui ex Caroli M. obitu ad seculum usque XV extenditur, qui aliud, dicam, quàm summam barbariem ac ignorantiam reperimus? Et quid aliter fieri poterat, quandò hominibus inter armorum strepitum vitam ducere coactis, nec otium, nec animi tranquillitatem invenire fas erat? Non mirum igitur esse debet quòd in tam calamitosa aetate omninò Musae siluerint, paucique fuerint viri, qui in seculo aut clausura degentes, infeliciter atque incorrecto sermone litteras excoluissent. Exeunte media aetate, in Italia Dantes Aligerius, Boccaccius ac Petrarcha, floruerunt, qui LL. culturae summa diligentia ac honore dediti, aliam viam humano ingenio indixerunt. Tunc temporis Litterae, ut ita dicam, renascuntur; iis excolendis homines viribus suis impendunt: hicque Litterarum amor ad summum crevit, cum Byzantio à novis barbarorum gentibus capto, Graecisque per Europam effussis, classici latinitatis fontes omnibus patefacti sunt.» (Camús 1850: 19-20).
Con el uso del término renascuntur nos encontramos ante la vieja metáfora los primeros humanistas que se va perfilando ya como el moderno término que dará lugar a la acuñación historiográfica de «Renacimiento » en la segunda mitad del siglo XIX.18 Conviene observar cómo Camús considera la Edad Media un período de interrupción en la Historia de las letras latinas. Frente a ello, Casto González trazaba una sucesión cronológica ininterrumpida hasta el siglo XIV y Wolf hacía algo parecido con las letras tardías desde el VI al XV.19 Tampoco debemos olvidar que Camús, junto con Amador de los Ríos, prepara los cinco tomos de la Colección de autores selectos latinos y castellanos, que pretenden claramente el establecimiento de un «canon humanístico» de la Literatura Española, a partir de la producción del siglo XVI, atendiendo sobre todo a su relación con la Literatura Latina. Esto supone la herencia ilustrada, particularmente de Mayáns, en el pensamiento literario de Camús, y un intento post-ilustrado, inmerso plenamente en el romanticismo, de restauración del buen gusto. Galdós no es ajeno a ello, como declara él mismo en sus recuerdos sobre el profesor, lo que en buena medida condiciona su propio canon literario. El ensayista italiano Salvador Costanzo publica en 1862 un manual no oficial con un sello marcadamente personal. El manual tiene su origen en la Historia universal compuesta por él mismo y publicada en España entre 1853 y 1860, obra a menudo comparada con la Historia universal de Cesare Cantú, que se publicó también en España a partir de 1849. El manual de Costanzo es, en parte, el libro que podría haber escrito Camús; no en vano, ambos eran buenos
amigos. Este libro, más grueso y jugoso que el resto de los manuales de literatura publicados en español durante esos años, no alcanzó el privilegio de ser manual oficial. Entre sus méritos, está el de trazar un relato cronológico, o, ya como cuestión de detalle, el de incluir la paráfrasis que Juan Valera hizo del Pervigilium Veneris y muchos juicios críticos realmente propios de una persona con gusto literario. Como vemos, la Literatura Latina se mueve entre la exposición (oficial) por géneros literarios, propia de la Poética, y la exposición cronológica de la Historia de la Lengua y los diferentes autores, propia de la Bibliografía. El paulatino encuentro de un ámbito de estudio específico dependerá, sobre todo, tanto de la fusión de los estudios propiamente literarios como de los propiamente históricos, y creemos que esto no se alcanza en España, dentro del ámbito de la Historiografía de la Literatura Latina, hasta la publicación en 1864 del excelente manual de Villar y García, catedrático de la Universidad de Zaragoza, luego reeditado con sustanciales adiciones en 1875. Para empezar, Villar y García dará a su libro el elocuente título de Historia de la Literatura Latina, frente a los manuales precedentes, que llevan títulos como Manual Histórico-Crítico de la Literatura Latina (1846), Lecciones de Literatura Latina (1848) o Compendio Histórico-Crítico (Díaz 1857). Villar y García concede primacía a los períodos (considera cinco en total) sobre los géneros al utilizar los primeros como criterio básico de ordenación (García Jurado 2005: 90-91). Asimismo, introduce dentro de los períodos varios epígrafes relativos a la Cultura de cada época, con aspectos propios de la educación, las costumbres y las instituciones. En el manual de Villar hay, además, citas e improntas significativas de uno de los manuales de Literatura Española más importantes de la época, la Historia crítica de la literatura española (1861-1865) de Amador de los Ríos.
Francisco García Jurado
H.L.G.E.
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