martes, 9 de junio de 2009

EL PROFESOR DE LATÍN EN LA LITERATURA ESPAÑOLA II


Seguimos hoy con nuestro recorrido por la figura del profesor de latín en la literatura española. Hoy llegamos al siglo XVIII, dominado por dómines y jesuitas (hasta su expulsión en 1767). Un siglo triste, pero de gran rendimiento literario, como vamos a ver en el cervantino dómine don Supino del Padre Isla o el figurón llamado dómine Lucas de José de Cañizares. Por cierto, Goya ilustró de maravilla este último personaje en uno de sus grabados, el titulado "Los Chinchillas", del que aquí ofrecemos un dibujo preparatorio.

c) El llamado Siglo de las Luces, tan peculiar en el caso español, nos ofrece un triple frente entre maestrillos, jesuitas e ilustrados, y difunde la figura grotesca del dómine pedante, herencia carnavalesca tanto del licenciado Cabra quevedesco como del propio drama barroco. Precisamente, en una de las más famosas comedias posbarrocas, de herencia calderoniana, la titulada El dómine Lucas, de Diego de Cañizares, nos encontramos con un dómine que encarna al hidalgo y al figurón. Aunque llamado dómine, no se trata de un maestro, sino de un mal estudiante de gramática. Las tres características que pueden hacer que denominemos a una persona como “dómine”, a saber, que sea maestro, que sepa gramática latina y que sea clérigo, no son siempre necesarias, de forma que tan sólo una de ellas puede bastar (a veces, incluso, ninguna). Don Lucas es definido como un mal estudiante de Salamanca, cuyo propósito es ser abogado, pero que no ha llegado ni a completar la Gramática. De origen noble, pues pertenece al linaje hidalgo de los Chinchillas, se le califica como “necio” y “vano”. Su rudeza puede verse tanto en su conducta extravagante (por ejemplo, regalarle dos gallinas a su amada Melchora), como en su mal conocimiento de “las letras”. Es singular la impronta iconográfica que de este sujeto ha dejado Francisco de Goya en un conocido grabado, precisamente el que lleva el número 50 de la serie de los Caprichos, titulado “Los Chinchillas”, nombre alusivo tanto a Don Pedro de Chinchilla como a su sobrino Don Lucas. En él, podemos ver cómo alguien alimenta con un cucharón a ambos personajes, incapaces de hacer nada por sí mismos, ya que están atados a sus blasones y sus cabezas se encuentran cerradas por sendos candados. En el siguiente fragmento se produce un ingenioso diálogo entre Cartapacio, el criado del dómine Lucas, y el propio Lucas. Cartapacio se dirige a su amo en un estilo culto, que llega a su punto culminante cuando el criado le responde a su amo en latín:

“Cartapacio. Allí vuelven los dos hombres.
Lucas. ¿Los de la pasada gresca?
Cartapacio. Ellos mismos.
Lucas. Pues querido,
aquí de tus habilencias.
¿No soy tu Dómine?
Cartapacio Ad natum.
Lucas. ¿No eres mi fámulo?
Cartapacio. Etiam.
Lucas. ¿Te toca mi honor?
Cartapacio. Ad intra.
Lucas. ¿Te tañe mi enojo?
Cartapacio. Ad extra.
Lucas. Pues dame esa daga.
Cartapacio. Ad quid?
Lucas. Ad quid? A lograr que mueran
los que mi amor despachurran.”

(Diego de Cañizaes, El dómine Lucas, en Jerry L. Jonson (ed.), Teatro español del siglo XVIII. Antología, Barcelona, Bruguera, 1972, p. 181)

La compleja y caleidoscópica novela titulada Fray Gerundio de Campazas, del Padre Isla, nos ofrece al carnavalesco dómine Zancas-Largas. Su retrato está perfectamente enclavado en la tradición literaria, pues presenta rasgos comunes no sólo con Quevedo (hombre largo, barba, ojos hundidos, gran nariz, paño pardo, que resulta una evolución de la sotana de Cabra), sino también con Espinel (barba, pedantería y citas latinas de gramáticos). Hay otro rasgo en apariencia insignificante que debe ser destacado, como es su condición de “furioso tabaquista”:

“Era éste un hombre alto, derecho, seco cejijunto y populoso; de ojos hundidos, nariz adunca y prolongada, barba negra, voz sonora, grave, pausada y ponderativa; furioso tabaquista, y perpetuamente aforrado en un tabardo talar de paño pardo, con uno entre becoquín y casquete de cuero rayado, que en su primitiva fundación, había sido negro, pero ya era del mismo color que el tabardo. Su conversación era taraceada de latín y romance, citando a cada paso dichos, sentencias, hemistiquios y versos enteros de poetas, oradores, historiadores y gramáticos latinos antiguos y modernos, para apoyar cualquier friolera.” (Francisco José de Isla, Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas alias Zotes. Edición de Enrique Rodríguez Cepeda, Madrid, Cátedra, 1995, p. 283)

Aunque está claro que el modelo de partida es el de Quevedo, Isla introduce dos nuevos aspectos que no habían sido mencionados en el Buscón, como son las referencias a la voz y a la pedantería del dómine. De hecho, la pedantería, que podemos encontrar en sus continuas citas de textos latinos y, de manera explícita, en la calificación del dómine como “pedantísimo”, es lo que más va a caracterizar al maestro. Hay que tener en cuenta que la figura ridícula del pedante alcanza gran difusión a partir del siglo XVIII, no ajena a las influencias francesas en la cultura española de la Ilustración. Recordemos la divertida obra que con el título de La derrota de los pedantes escribiera Leandro Fernández de Moratín para ridiculizar a estos personajillos. Así lo vemos cuando se burla del poco conocimiento de latín que tiene uno de ellos: “¡Oh pobreza! Pauperiem pati, que dixo el Anónimo: esto es, pauperiem, la pobreza pati, sea para ti, que yo no la quiero. Tan odiosa es la pobreza, que aun de los varones más doctos es abominada! (Leandro Fernández de Moratín, La derrota de los pedantes, Madrid, Librería de los bibliófilos españoles, 1922, p.26).
Francisco García Jurado
H.L.G.E.

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