jueves, 11 de junio de 2009

EL PROFESOR DE LATÍN EN LA LITERATURA ESPAÑOLA III


Y llegamos hoy al siglo donde todo cambia, pues las humanidades se ven sacudidas por lo nuevos vientos políticos y novedosos paradigmas, como el de la historia de la literatura griega y latina. Es el siglo donde nace el mito del anticlericalismo, y esto también va a afectar a la imagen de los profesores de latín, a pesar de los ejemplos notables de profesores románticos y liberales.


d) El siglo XIX se debate entre esta triste herencia y los afanes de renovación, tiñendo ahora todo ello de nuevos matices políticos, bien liberales, bien conservadores. De esta forma, el anticlericalismo liberal, que dará lugar en la literatura de la época al desarrollo de la figura literaria del cura, vendrá a añadir otro nuevo matiz negativo, si cabe, a nuestro retrato del profesor de latín cuando éste sea religioso, opuesto ahora al catedrático laico. Así lo vemos en las deliciosas e interesantes memorias que sobre sus maestros y su educación dejó escritas el doctor Federico Rubio y Gallí, quien nos describe a su preceptor de latín como un “dómine laico, casado y liberal”.

"En primeros de octubre abrió su aula don Santiago Castellanos, dómine de latín muy contra el uso de lo que cualquiera pueda figurarse.
Fama de latino la tenía, y muy grande. ¡Con decir que se le reconocía desde el siglo anterior, a pesar de ser laico, casado y liberal, está dicho todo!" (Federico Rubio y Galí, Mis maestros y mi educación. Prólogo de Pedro Laín Entralgo, Madrid, Tebas, 1977, pp.182-183)

Se trata, irónicamente, de un “dómine”, pero de un dómine “liberal”, adjetivo este último que nos ofrece una nueva dimensión histórica, pues si bien hemos visto aplicar el término de dómine a laicos, como el dómine Lucas, el término “liberal” nos acerca a un aspecto ya propio del siglo XIX, que es cuando podemos encontrar los orígenes del pensamiento anticlerical tal y como hoy lo entendemos. Es, precisamente, en este momento, cuando el latín comienza a considerarse como “cosa de curas” en sentido global (ya no se trata de una disputa entre órdenes, como los jesuitas o escolapios), y por ello resulta en cierto sentido una antítesis que este dómine, además de no ser cura y estar casado, sea liberal. Este tópico del profesor de latín considerado tradicionalmente como conservador en política y afín al clero pervivirá hasta nuestros días. El profesor es anciano, está medio ciego, y es todo él una reliquia del siglo anterior, frente al romántico profesor que podemos ver en Armando Palacio Valdés, dentro de su obra titulada La novela de un novelista. Escenas de infancia y adolescencia:

“Nuestro profesor infundía regocijo en el alma así que abría la boca, y lo mismo cuando la tenía cerrada. Era hombre ya entrado en años, de baja estatura, y gastaba, a la usanza de los tiempos juveniles, unas patillas negras que partían de la base de la nariz y llegaban hasta las orejas (...)
Mi catedrático tenía la cabeza clásica y el corazón romántico. Por su profesión y por su estudio de la antigüedad pagana admiraba a los héroes griegos y romanos, y estimaba a sus poetas, en especial a Tibulo y Virgilio (...)
Nos leía con entusiasmo la descripción que Virgilio hace de Venus en la Eneida y el Carmen Saeculare, de Horacio; pero sólo le he visto llorar con el Poema a María, de Zorrilla (...)" (Armando Palacio Valdés, La novela de un novelista. Escenas de infancia y adolescencia, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1949 cuarta edición, pp.213-215)


Muy interesante es el calificativo de "romántico", lo que resulta muy propio de los amantes de las letras clásicas de aquella época, escindidos entre su amor por el clasicismo y su pasión por las letras modernas.

1 comentario:

espejo-doble dijo...

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