No siempre nuestro pasado personal se ubica donde hemos vivido. Hay lugares, aparentemente desconocidos, que también forman parte de nuestra vida. Esto es lo que sentí ayer cuando visitamos (era viernes por la noche) el Bar Cheers de Boston. Los que tenemos una respetable edad todavía recordarmos que este Bar, medio real, medio imaginario, fue el escenario de una famosa serie de televisión. Era otra época, y los personajes de la genial serie hacían uso de una estética que hoy nos parece pasadísima de moda, como cabellos cardados o tupés desmedidos. Yo veía aquella serie cuando vivía en casa de mis padres, cuando aún estaba mi padre en este mundo, y jugaba a imaginar que el famoso bar estaba cerca de nuestra casa, precisamente en una cafetería a la que íbamos a desayunar los sábados. Para mí entonces Boston sólo era una ciudad literaria, relacionada con Henry James, los transcendentalistas y ese gran autor maldito llamado Edgar Allan Poe. No sabía que Cheers estaba situado en una de las zonas más históricas de Boston, precisamente en Beacon Street, frente al llamado Common, un extraordinario parque que a mí me recuerda, salvadas las distancias, un poco a la Plaza de España de Madrid. En fin, qué emoción sentimos al llegar a Cheers para tomarnos la inevitable jarra de cerveza Lager (para los entendidos, una Samuel Adams, que es una cerveza bostoniana riquísima). A Cheers, al igual que en la serie, se baja descendiendo por una escalera. Pero la sorpresa, al entrar, es que el bar es mucho más pequeño que el que se podía ver en la serie. Da la impresión de que la barra se ha reducido a la mitad. Luego te enteras de que aquí no se rodó realmente Cheers. El bar real sólo sirvió para inspirar el otro bar televisivo y únicamente los exteriores se utilizaron para algunas tomas. Hay ahora en Boston una réplica del bar de Cheers, tal como era en la serie. El bar real cambió, como ya dije, su nombre incluso. Algo parecido pasó con la Normandía de Proust, una de cuyas ciudades pasó a llamarse en un momento determinado como el autor la había rebautizado en su Recherche. En fin, qué bonito juego con la realidad y la fantasía, sobre todo cuando ésta se impone a la mera realidad. En Cheers, en esa mezcla de realidad y ficción, nos tomamos una sabrosa Lager, como ya he dicho, y pensé en los tiempos pasados, en aquella cafetería cercana a mi casa, la de mis padres, a la que jamás volvimos cuando mi padre murió. Allí terminó un tiempo que ahora recupero por algunos instantes. Y es que "volvemos" a Cheers, en una suerte de tiempo suspendido en el espacio, en la distancia extraña de tener un océano de por medio y de vivir con una diferencia horaria que hace que mis noches sean el día de los otros. Creo que mi padre y Henry James sonrieron desde el fondo de un espejo.
Francisco García Jurado
H.L.G.E.
1 comentario:
Aunque sólo sean los exteriores, merece la pena pasar por ahí y recordar otros tiempos. Me encantaba Cheers (todo un "clásico", sin duda, como los que aquí comentas ;) ).
PD. Mmm... Por un momento me imagino a Poe bebiendo en Cheers... Seguro que le hubiera encantado!!! :P
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